Acoso y derribo. (I) ¿Juego de caballeros? por Pablo Glavina (M.I. de ajedrez)

Anónimo | 20/10/08

Seguimos con la serie de artículos de Pablo Glavina, maestro internacional de ajedrez, que nuestros amigos de Póquer Ajedrez están publicando.

Uno de los encuentros por el título mundial de ajedrez más apasionante, fue, sin duda, el que se disputó en 1927 en el Club Argentino de Ajedrez en Buenos Aires, entre el genial cubano José Raúl Capablanca y el no menos genial ruso-francés Alexander Alekhine.

Todavía me emociono cuando visito el Club Argentino y veo la mesa donde se disputaron la mayoría de sus partidas (Otras se llevaron a cabo en la ciudad de La Plata, a 60km de Buenos Aires). Cuentan los que tuvieron la suerte de presenciar dicho encuentro, que Capablanca llevaba una vida de playboy durante el mismo.

Era común verlo en los lugares de moda y glamour de aquella época, como por ejemplo el Hipódromo, acompañado por las actrices de moda porteñas. Mientras tanto a Alekhine se lo veía llevando una vida monacal, analizando posiciones en su hotel, mientras su esposa le servía una taza de té. El libro con todas las partidas y con las anécdotas cayó en mis manos cuando apenas comenzaba mi andadura por los reinados de Caissa.

A pesar de que Alekhine ganó el encuentro con cierta claridad, y de que claramente su aproximación a lo que debe ser un deportista era mucho más ejemplar que la de Capablanca, lo que más llamo la atención a mi fácilmente deslumbrable cabecita infantil fue la siguiente historia:



Mediado el encuentro, cuando Alekhine dominaba en el marcador y en el juego, una de las partidas se aplazó con clara ventaja para Alekhine. El día que la partida debía ser reanudad, Alekhine se presentó en un abarrotado Club Argentino con mucho tiempo de antelación. Cuentan, que iba de tablero en tablero, refutando las variantes que los aficionados le presentaban y contando que había llenado más de un cuaderno con análisis de la posición.

Llegada la hora en la que debía comenzarse a jugar, Capablanca todavía no había aparecido. El reloj se pone en marcha y nada. Al cabo de unos minutos, Capablanca comparece, le pide a la organización un tablero y una habitación vacía y se retira durante ¡cuarenta minutos! (suponemos que disponía de tiempo de sobra ya que su reloj estaba en marcha) a analizar la posición; todo bajo las protestas de un Alekhine enfurecido por el desprecio que mostraba su rival. Pasado este tiempo, Capablanca por fin se sienta frente a su oponente, y jugando muy rápidamente, logra entablar fácilmente la partida.

La leyenda se completa con un Capablanca que se retira entre los vítores y las vivas de los aficionados y un Alekhine que baja las escaleras del Club tambaleándose, en estado de shock y con la ayuda de varias personas.

Lamentablemente para mi carrera ajedrecística, siempre, desde chico, me sentí mucho más identificado con la cigarra que con la hormiga, y en este caso Capablanca era claramente mi héroe.

Desde el siguiente enlace el lector curioso podrá informarse un poco más y ver muy buenas fotos sobre este interesante encuentro:

No sé si Capablanca lo hizo a propósito o simplemente se había pasado toda la noche de fiesta y no había analizado la partida, pero logro intimidar y desequilibrar a Alekhine.

En un deporte de tanta agresividad y tensión como el ajedrez, el elemento psicológico tiene un papel muy importante. Intimidar al rival nos puede dar una ventaja que a la postre sea decisiva.

Cada vez que Mihail Botvinnik tenía que disputar un encuentro por el título mundial (y fueron nada menos que siete), hacía peticiones ridículas en las reuniones previas al mismo. Su rival se negaba a ellas, y se creaba un clima enrarecido, del cual Botvinnik extraía la animadversión y agresividad necesaria para enfrentarse a su oponente. En 1960, el mago de Riga, Mikhail Tal, aconsejado por su entrenador Alexander Koblenz, el cual era un excelente ajedrecista y psicólogo, decidió aceptar todas las peticiones de Botvinnik. Este, buscando por donde odiar a su rival, luego dijo a su peluquero: “La verdad que Tal no me cae mal, pero tiene un tío muy desagradable!”. Tal venció a su rival y se proclamó campeón del mundo.

El mítico norteamericano Bobby Fischer realizaba ¡cuarenta y una! peticiones antes de participar en un torneo. En su match contra el soviético Boris Spassky, en 1972 en Reykiavik, volvió locos a los organizadores islandeses. Que si las cámaras le molestaban, que los cuadros del tablero medían un centímetro más de lo que él quería, etc., etc., etc. Claro, en los medios sólo se hablaba de él, y la figura de Spassky era cada vez más diminuta, hasta que desde el equipo soviético se comenzó a protestar también, aunque más no sea por no ser menos que el rival.

Pero tal vez el encuentro donde se llegó al clímax de los ardides psicológicos, fue el disputado en Baguío (Filipinas), en 1978, entre el soviético Anatoly Karpov y Victor Korchnoi, quien justamente había desertado de la Unión Soviética poco tiempo antes.

A Korchnoi le hicieron la vida imposible desde que desertó. Se le impedía jugar torneos con jugadores soviéticos, que en esa época eran los más fuertes con mucha diferencia, no se dejaba salir de la Unión Soviética ni a su esposa ni a su hijo. Pero durante el encuentro las cosas empeoraron. El equipo de Karpov llevó al conocido parapsicólogo Vladimir Zoukhar, quien no sé si interfería o no en el cerebro de Korchnoi (realmente no creo en la parapsicología), pero lo cierto es que se sentaba en las primeras filas del teatro, y miraba fijamente a Korchnoi durante toda la partida. Este consiguió que no se permita a nadie sentarse en las cinco primeras filas, y además contrató a unos gurúes indios pertenecientes a la secta Ananda Marga para que contrarresten los poderes de Zoukhar. El Gran Maestro argentino Oscar Panno, quien estaba en el equipo de analistas de Korchnoi, contaba luego que era tal el descontrol, que cuando comían espagueti y estaban los de la secta cerca, estos se ponían tiesos y se levantaban.

Bromas aparte, lo cierto es que todos estos temas tienen vital importancia. A alto nivel el más mínimo detalle puede tornar la partida a favor de uno u otro. Se podrían contar muchas más historias sobre el tema. Tan sólo el primero de los cinco encuentros entre Garry Kaspárov y el ya mencionado Kárpov daría para escribir un libro. Y todos conocemos lo que pasó en el último duelo entre Vladimir Kramnik y Veselin Topalov.

También existe una forma de desequilibrar al rival, estrictamente ajedrecística. El ejemplo más común de ello es la sorpresa en la apertura, pero de ello hablaremos más adelante.

En la segunda parte de este artículo hablaremos de la intimidación en el póquer, la cual es mucho más importante que en el ajedrez.

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