La atribulada e inconclusa historia de Arcadio Keller por The Big Trujillano

Anónimo | 08/04/09

Episodio 1.-

“No soy un tipo con suerte, la verdad sea dicha”, meditaba Arcadio. Arcadio Keller Quiñones Jiménez Torrecilla, así se llamaba nuestro hombre y así gustaba de ser identificado, con toda la retahíla de sus apellidos.

A todo aquel que le preguntaba el porqué de esta costumbre le respondía que era un sentido homenaje a sus abuelas, con tanto derecho como sus abuelos a aparecer en su “matrícula vital”. Hombre de tozudas convicciones este Arcadio. Y cursi como un repollo con lazo.

Caminaba cabizbajo, rumiando para sus adentros tales pensamientos y tres chicles de bola, con la certidumbre que le daban 35 años de desafortunada vida, en los que todo lo que había conseguido, sin ser demasiado, se había debido a su empeño y dedicación, nunca a ese toque que los hados distribuyen en grandes dosis o en pequeñas esencias según los casos.

A él, las palabras “azar”, “ventura”, “fortuna”, o sus homólogos barriobajeros “chorra” o “potra” siempre le habían pasando de refilón, quedándose a vivir en otros como vulgares y reincidentes ocupas.

Arcadio trabajaba más de 12 horas diarias, absolutamente mal remuneradas y fuera de Convenio, como deshollinador de chimeneas en una planta industrial de Baracaldo, puesto al que había accedido tras ser reclutado por un cazatalentos que le observó trabajar en Almendralejo, su pueblo natal.

Era realmente bueno en su trabajo. Y lo llevaba en la sangre. Su padre siempre le decía “Arcadín, hijo mío, una chimenea es como la vida, debes ahondar en ella hasta que quede bien limpia, para sentirte orgulloso y pleno”. El viejo era un hombre muy sabio, de esos que nunca aprendieron a leer ni escribir pero con una mente despierta y un vivo sentido de la curiosidad. Gracias a él se forjó como persona. El patriarca Keller le hizo asimilar sus enseñanzas con paciencia, constancia y estelares apariciones de su “guantada con la mano abierta”, que solía ser mano de santo para Arcadio.

Pero quitando esos valores heredados, poco motivo para la felicidad tenía Arcadio. Estuvo casado con una hermosa a la par que casquivana muchacha vasca, a la que sorprendió un día en el lecho conyugal retozando con otro hombre, quien en deshonrosa competencia desleal, desatascaba los conductos de su esposa, la cual se expresaba con sugestivos gritos del tipo “hazme gozar hombretón, como tú sabes, así así, no pares, esto es un tío y no el chisgarabís de mi marido, dios mío, dios mío…”, acciones y frases estas, que, incluso sacadas fuera de contexto, son universalmente reconocidas como suficientes para romper una relación matrimonial.

La vasca librepensadora, con esa facilidad con que una mujer sabe desollar a un hombre, sacó en limpio del proceso de divorcio, una paga mensual, un cortijo de Arcadio en Badajoz, una TV de plasma de cientos de pulgadas, y una Suzuki Vitara recién adquirida, amen de beneficiarse al abogado de la parte contraria entre refriega y refriega, es decir, que cantó línea y bingo en el mismo cartón.

“Espero que rehagas tu vida pronto, Arca” le musitó ella mientras le daba un recatado beso en la mejilla a la salida de los juzgados. Y la vio alejarse, quejumbroso, mientras ella daba alegres saltitos acompañados de exagerados cortes de manga, innecesarios por otra parte.

Todo ello pasaba por su cabeza, mientras se dirigía con paso cadencioso a su habitual catequesis de los miércoles. La religión y su estudio le ayudaban a sobrellevar los pesares y se sentía seguro y acompañado por “ese ente superior que nos comprende y orienta”. Que se agarraba a un clavo ardiendo, vamos.

De repente, abstraído en sus reflexiones, tropezó con un bordillo y después de un montón de metros en semiequilibrio y brazeando para evitar lo inevitable (esa hilarante escena que tanto regocija vista desde fuera) acabó con sus dientes en el suelo, que ya es mala suerte teniendo brazos para amortiguar tales caídas.

Recuperado del impacto inicial, bautizado por los curiosos que le rodeaban como “una hostia como un piano” y tras recoger el reloj, un zapato, tres molares y dos premolares, descubrió ante si lo que él catalogó como un vaticinio y que los citados curiosos llamaron “un naipe con la sota de bastos”…

”Esto tiene que significar algo”, se dijo Arcadio, poniendo cara de enigma, que le hubiese resultado mucho más conseguida de no ser por las secuelas de la caída. Pero no supo seguir con esa línea de pensamiento, quizá aturdido por su malograda acrobacia circense. Y atravesó la puerta de la iglesia de San Andrés, sede de su catequesis, foro de almas trascendentes, redención del impuro y monumento histórico nacional.

Episodio 2.-

La planta superior de la iglesia de San Andrés estaba dividida en media docena de estancias habilitadas para distintas actividades a las que daban cristiano cobijo. Arcadio fue atravesando el pasillo en dirección a la destinada a sus píos ejercicios espirituales, dejando atrás el resto de habitáculos.

Todas las salas de reunión estaban identificadas con coquetos carteles ilustrativos: Alcohólicos anónimos, con una provocativa reproducción del lienzo “la rendición de Baco”, ludópatas anónimos, con una divertida caricatura de un tal Doyle Brunson, gurú de sus integrantes, según tenía entendido, torneros fresadores anónimos…todas ellas ocupadas en ese momento, con lo que la algarabía era evidente y poniéndonos quisquillosos, excesiva para tan santo lugar.

Justo antes de dirigirse a la puerta entreabierta de su aula, se frenó un momento atraído por la conversación que percibía en la sala anterior, la que albergaba al grupo de “Veteranos del Movimiento Boy Scout”.

Asomó ligeramente su todavía sangrante hociquillo y acertó a entrever a un grupo de talluditos varones, armados de gigantescos habanos y de tintineantes copazas de güisqui, placeres que pensó casi satánicos para esos lares.

Estaban ceñidos en escuetos trajecitos de campamento, por donde asomaban sus lorzas en busca de libertad, cumpliendo de esta manera con la proclama que adornaba su puerta, un cartel con cenefas en un finísimo rosa palo que rezaba “Un scout lo es de por vida, o no es un scout”.

Pero lo que más llamó su atención fue observar como, todos ellos, repanchingados en confortables sillones de escay con orejeras (si es que el escay puede considerarse confortable, porque donde esté el semicuero, irán a comparar…) rodeaban una inmensa mesa de caoba, cubierta de un gran mantel multicolor, sobre la cual, en fugaz vistazo, difícilmente se vislumbraban varios mazos de cartas esparcidos y otros aun precintados, en los que se leía, entrecerrando mucho los ojos, “high quality cards, edición limitada, etiqueta oro bruñido”.

Igualmente observó, a vuelapluma, fichas amontonadas de discotequeros colores, con diversos valores, escrupulosamente ordenadas delante de cada jugador (porque en este momento, en uso de atinada técnica deductiva, Arcadio supo que cartas+fichas con valor=a algo están jugando). Y dinero, mucho dinero, cantidades pecaminosas de dinero, lo que en determinados ambientes es dado en llamar “pastarraca”.

De igual manera, y manteniendo sus señas de identidad, a la izquierda de cada contendiente se observaba una cantimplora y una navaja multiusos, con abrelatas incluido. Coherente, consideró nuestro protagonista.

Los rostros de los allí reunidos, excepto el de uno de ellos que parece que gustaba de hacerse el bizco, provocando las risas de sus compañeros, eran serios, concentrados, impávidos. Se diría que de pura inexpresión no expresaban nada.

De sus bocas, cuando no estaban ocupadas por la punta de sus puros y el borde sus vasos, se escapaban locuciones para él inescrutables del tipo, “Col!”, “te voy a meter un olin que te vas a cagar!!” “foldeo, pero pa la próxima te reraiseo y me quedo tan ancho” u otras como “mecagon tu puta madre” mucho más comprensibles y elocuentes. Era chocante observar la actitud de nueve cincuentones, en plena efervescencia de vicio y JB, en pantalón corto y chirucas. No pudo menos que esbozar una sonrisilla, que quedó muy jocosa en ausencia de sus recientemente perdidas piezas dentales.

¿Qué estaba ocurriendo allí, my god? se preguntaba el bueno de Arcadio, impregnado del lenguaje anglófilo que estaba escuchando y haciendo gala de su buen oído para los idiomas. Ruborizado pero atraído, se retiró silenciosamente y movió su cabeza como si de unas maracas se tratase, intentando con ello borrar de ella tan sacrílega imagen y dirigió sus pasos a su sala, sumido en contradictorias sensaciones.

Montones de dudas le asaltaban, a las que no supo dar respuesta de inmediato pues nunca fue Arcadio lo que se conoce como un “lumbreras”, pero ahí estaban, removiéndose traviesas. ¿Qué clase de divertimento humano o incluso divino llevaba a esos hombres a ese estado de euforia? ¿Qué hacían circulando encima de esa mesa cantidades tan indecentes de dinero y con el beneplácito de quién se les estaba permitiendo tales desmanes? y finalmente se preguntó ¿me habré dejado la llave del gas abierta esta mañana? Y es que no le podemos pedir ni peras al olmo ni constancia reflexiva a Arcadio, ya les pongo sobre aviso.

Aquel día las enseñanzas de su tutor espiritual, dedicadas en concreto a “la contemplación mística y su peligrosa relación con las sustancias estupefacientes”, estaban cayendo en saco roto, al menos para Arcadio, que andaba inmerso en plena zozobra interior tras el episodio de la sala vecina. Un runrún de imágenes se agolpaban en su cabeza y una desazón, mezclada con gustirrinín, le recorría el cuerpo. ¿Qué extraña influencia habían ejercido sobre él esos escasos minutos de fisgoneo en el ambiente scout? ¿qué tecla habían pulsado dentro de él esos mocetones con ropita paramilitar que se solazaban en un juego visceral e incomprensible, que sacaba de ellos lo más sórdido y competitivo del ser humano?

De repente, un alarido poco místico y más bien de pastor de la meseta le sacó de su trance. Su tutor, de natural bonachón, solo perdía los estribos cuando sus pupilos despistaban sus sentidos y no se centraban en sus explicaciones. “La fe solo exige que le demostremos entrega” repetía insistente. Y Arcadio no solo se había desconcentrado, es que se había quedado como dormido un leño, acunado por sus placenteras divagaciones. Después de pedir disculpas, pidió permiso para abandonar la sesión, excusándose en una repentina indisposición. No estaba su horno para estos bollos, al menos hoy.

Episodio 3.-

De regreso al pasillo común y arrebolado como una colegiala seducida por un universitario, giró el rabillo del ojo, dirección boys scouts room (empezaba a hacerse un poco pedante con el uso indiscriminado del inglés), pero la puerta, esta vez, estaba completamente cerrada. Aquello fue como si le hubiesen sacudido un coscorrón del tipo “estás tonto o qué, quitate ideas absurdas de la cabeza, que estás tú como para un viaje largo…” así que se sintió aliviado y con la cabeza alta, dirigió sus pasos hacia la salida del templo sagrado.

Pero hete aquí que, cuando estaba a punto de descender por las escaleras que le conducían a la planta baja, escuchó con claridad un potente “CHISSSS, CHISSSS” que le hizo frenar de golpe.

Es curiosa, y permitan el receso, la manifiesta influencia que nos provoca la citada interjección, por más que no esté compuesta de ningún significado semántico, como nos pasa con el también conocido “ÑEC, ÑEC ÑEC” (chasqueo linguopalatal para ser más científicos) que efectúa la parienta cuando nuestros ronquidos no le dejan dormir o el no menos extendido “FIFUFIFUFI” también llamado silbidito, con el que reclamamos la atención de alguien. Riquísimo el lenguaje humano, no cabe duda.

Lo normal, como signo de modestia y ante la posibilidad de que te griten “que no es a ti, so creído”, es no girar la cabeza ante tal interpelación, como así hizo nuestro Arcadio, en un gesto de sencillez que le honraba. Pero ante la insistencia del chisteo y cayendo en la cuenta de que, en ese momento, nadie más andaba por allí, volteó la cabeza cual lechuza, observando como el autor de la llamada era uno de los discípulos de Baden Powell.*

*(Nota explicativa del Autor: Baden-Powell, creador del movimiento scout mundial, con hitos tan importantes como su magnífica labor en la batalla de Mafeking y la formación de grupos juveniles ataviados con uniformidad castrense y bonitas cintas de colores, bajo nombres como “los chorlitos” o “los lobos”, que sirvieron de honda impronta para grupos de renombre como los Village People).

El veterano scout acompañaba sus sonidos orales con un gesto con el dedo, con todo lo cual Arcadio no necesitó más para comprender que le estaban instando a que se acercase. “Virgencita mía, ¿que querrán de mi?”, se preguntaba “seguro que me han pillado espiándoles y querrán pedirme cuentas, ¿quién me mandaría a mi meterme donde no me llaman, grrrr? gruñía atemorizado.

En ese momento dudó, por un instante, en salir corriendo cual alma que lleva el diablo, lo cual quedaría muy propio en tal recinto o acercarse dignamente, pues en realidad, un simple vistacito no podía haber hecho daño a nadie. Optó por la segunda posibilidad y afrontó, con paso firme, los escasos metros que los separaban, mientras canturreaba “Por el amor de esa mujer” del gran cantautor David Bisbal, lo cual le tranquilizaba bastante en los momentos de tensión. El boy scout, en grato gesto de bienvenida, que acabó de disipar sus temores, le esperaba con la mano tendida, tamaño XXL y una sonrisa beatífica, de hombre de bien.

“¿Qué tal estamos Sr. Keller? Vociferó el scout, con escaso sentido de la proporción, por cierto. “Pues nada, aquí andamos, cultivando un poquillo la fe, que nunca está de más” contesto Arcadio con tono campechano. Pero “ipso facto”, con gran rapidez mental se dijo “¿pues no me ha llamado Sr. Keller este palomo? y perdiendo un poco las formas, aunque sea interiormente, se cuestionó “¿de qué cojones sabe esta gente mi apellido? y comenzó a retroceder, de espaldas, arrastrando los pies como Michael Jackson en sus mejores tiempos.

“Tranquilo caballero, sería usted tan amable de acompañarnos un momentín a nuestra amable reunión? nos gustaría proponerle un tema que creemos le puede ser de gran interés…” le inquirió con tono conciliador.

Incitada la curiosidad de Arcadio, decidió frenar sus acompasados pasos de huida, mientras comenzaba a incubar una sensación de estar metiéndose, literalmente, en la boca del lobo. “De acuerdo, pero que sepa vd. que tengo un cuñado Policía Armada” pergeñó torpemente, en plan tabla de salvación. “No tengo nada que perder” se autoconvencía.

Rebasaron ambos el umbral de la puerta, demostrando no tener, eso sí, ni lo más básicos conocimientos de las dimensiones espacio-tiempo, de tal manera que quedaron ambos cuerpos, corpachones para ser más exactos, atorados en el hueco de entrada, provocando una sonora carcajada por parte del resto de los allí reunidos. “Bueno, sanotes sí que parecen, no es mal comienzo”, pensó Arcadio mientras luchaba por desatascarse de su acompañante.

Una vez solucionado el percance y ya dentro de la habitación, dedicó Arcadio unos segundos a intentar disipar la densa neblina provocada por la acumulación de tabaco que allí se estaba fumando, lo que le pareció, cuando menos, un menosprecio evidente a las Autoridades Sanitarias, que tanto se esfuerzan, a través de mensajitos disuasorios, en que dejemos tan pernicioso hábito.

Tras efectivos movimientos con sus brazos, cual ventilador Taurus, consiguió, por fin, entrever a todos sus anfitriones, que se dirigieron a él con gran amabilidad saludándole, a vivísima voz, y palmeándole con brusquedad la espalda, lo cual le reafirmaba en la idea de que eran más brutos que un arado.

Episodio 4.-

Aunque en su somero espionaje inicial ya se había hecho una composición de lugar bastante exacta, ahora pudo constatar que se encontraba, sin entrar en más detalles, delante de una genuina timba tabernera, pero en más finolis. Le recordó, salvando las distancias (en concreto 853 kilómetros que distaban entre Baracaldo y Almendralejo) a aquellas sesiones vespertinas de café de puchero y chupito de cazalla que reunía a los más viejos del lugar alrededor de las mesas de “Casa Venancio” jugando al dominó y a la flor, interesantes juegos de estrategia que solían terminar en lanzamiento de objetos contundentes, otro juego muy popular en su tierra.

Pero estaba claro que allí dentro había mucho más nivel. Los purazos no eran “Alvaritos” sino unos vegueros cubanos como la copa de un pino. El güisqui no era DYC mezclado a partes iguales con aguarrás, sino “Imperator of Scotland, 25 years, black ring” y ninguno de ellos disimulaba, más bien se solazaban en su exposición, unos exagerados rollex de oro y algún diamante, que bien se atrevía a garantizar, en su ignorancia, que no habían sido traídos precisamente de Taiwán.

Otro detalle se le había escapado en sus iniciales pesquisas, quizá por encontrarse en un ángulo muerto de su visión. Una mofletuda chavala, sucintamente vestida con un insignificante bikini y zapatos de tacón de aguja, sostenía en sus manos una de las barajas, en actitud de repartirlas y tenía frente a ella un enorme maletín repleto de fichas. Sobre sus poderosos muslos, se aferraban con deleite las manos derecha e izquierda, respectivamente, de dos de los jugadores y una tercera mano, traviesilla, recorría su imponente escote pugnando, de momento sin éxito, por introducirse en las copas del biquini, en busca de sus turgentes tesoros.

Todo aquel panorama, desconcertante y hedonista, le tenía extasiado, como extasiado le habían dejado los manotazos de bienvenida. No era capaz de articular palabra alguna, solo permanecía inmóvil, en la entrada, con los ojos como platos y con las piernas flojeándole, sin acabar de discernir que podrían querer de él tales sujetos, en las Antípodas de su forma de vida y de su nivel económico.

La espectacular jaca cordobesa, sin soltar los naipes ni las extremidades que le asediaban, le dedicaba, en todo momento, una estimulante sonrisa, guiñándole sus ojos con picardía y pasándose la lengua por los labios con sensualidad, lo cual interpretó como gestos de confianza y tranquilidad, si bien estaban consiguiendo en él efectos secundarios, que se estaba poniendo “morcillón” para entendernos, como dirían en su pueblo.

“Bueno, bueno, Arcadio, pues vayamos al grano, que nuestro tiempo y el suyo un poquito menos, son muy valiosos”, terció su “cicerone”, sacándole con brusquedad de la nebulosa en la que estaba instalado. “Se preguntará usted quiénes somos y por qué le hemos hecho venir a nuestro santuario”

“¡Pardiez!” repuso castizo nuestro pacense de pro, “parece que me hubiesen leído vds. la mente” reseñó levantando exageradamente la voz, que parece que era lo que se estilaba en aquel cubículo. Realmente cada vez se sentía más admirado por las capacidades de esta gente y su curiosidad aumentaba por momentos, en la misma proporción que la hinchazón del interior de sus pantalones. “¿Qué desean de este humilde proletario y en qué puedo servirles?” Sin quererlo, se sentía en la obligación de rendirles cierta pleitesía.

“Pues no le voy a andar con rodeos y me erijo desde este momento en portavoz de este grupo, ya que mis compañeros, como puede observar sin dificultad, están tan borrachos que poco mensaje con sentido le podrán trasladar” le espetó con franqueza el boy scout dominante. “Mi nombre es Torsten Kirchbauer Sterhagen, pero eso no es relevante, aunque sí muy difícil de pronunciar para el españolito medio”.

“El comité de sabios que tiene Vd. delante de si forma parte de un grupo de poder, también llamado “lobby” por los modernos, dedicado a la difusión, patrocinio, inversión y manipulación de todo lo relativo al sacrosanto juego del poker, en cualquiera de sus variantes, exceptuando el chirivito”. “Al amparo de organizaciones de intachable reputación, con en este caso nuestra Santa Madre Iglesia, oportunamente recompensadas, movemos nuestros hilos bajo apariencia de honestidad, en casi completo anonimato y sin que nuestros fines principales trasciendan para el común de los mortales”

“No me negará que, en nuestro caso, el escaparate del movimiento Boy Scout, al que, de todas maneras, profesamos hondo respeto, es una careta inmejorable para tapar por completo nuestro verdadero rostro, el de tahúres de altos vuelos y especuladores del naipe”.

Y no se lo pudo negar, claro está, porque siempre había tenido a gala no poner en tela de juicio ningún tipo de actividad delictiva que se desarrollase a menos de 100 metros de él. Nunca fue intrépido ni le pareció este el momento de hacerse el machito.

“Por no desperdiciar esfuerzos y atendiendo a las corrientes mayoritarias”, continuó Don Torsten, “en los últimos 10 años hemos centrado nuestras expectativas de control especialmente en la modalidad “Texas Hold’em”, sección No limit y Pot Limit, privando de mayor atención a la opción Limit o Fixed que queda como la hermana pobre, según hemos constatado en sesudos foros de opinión”.

“Hemos amasado ingentes fortunas gracias a nuestra intermediación y efectivo monopolio en todo lo que rodea este maravilloso pero cabrón mundillo, de tal manera que, a día de hoy, no se produce ni el más pequeño movimiento, ya sea en los circuitos mundiales en vivo como en ese pariente bastardo que es el juego “on line”, sin que estemos nosotros detrás o al menos muy cerca.

Episodio 5.-

“Desgraciadamente ese rígido control, nuestro preconcebido anonimato, nuestra radical y efectiva actuación ante cualquier amenaza externa, algunos miembros oportunamente quebrados y algunas familias amenazadas de muerte nos han colgado el sambenito de “grupo mafioso”, lo cual nos parece a todas luces injusto, porque en realidad somos una organización no gubernamental sin ánimo de lucro, cuyas actividades, involuntariamente, nos han llevado a lucrarnos (y de qué manera, oiga)”.

“Y es aquí, después de esta introducción, que espero haya satisfecho sus inquietudes (la he realizado con todo mi cariño para que así sea) donde entra usted a colación…” Para aquel entonces, a Arcadio ya le habían dado los siete males, una arritmia cardiaca y hasta se le había soltado el vientre, pero tras repasar con su vista el “kit” pechos-muslos-billetajos se recompuso y acertó a balbucear “¿y cómo puede este sencillo engranaje encajar en una maquinaria que se vislumbra tan perfecta”

“Ay señor mío, mucho más de lo que vd. pueda imaginar”, le rebatió su interlocutor. “Todo es cuestión de coyunturalidad, y disculpe el palabro”. “Queda vd. disculpado, soy asiduo lector del María Moliner” se jactó Arcadio.

“Como todo negocio o imperio económico que se precie, aunque se llegue muy arriba, siempre se busca la manera de alcanzar la cima y para ello hay que saber estudiar las fluctuantes circunstancias del mercado y encontrar soluciones coyunturales que siempre nos reporten beneficio, sean cuales sean esas circunstancias”. “Para que me entienda, estamos en un periodo en el mundo del póquer de estancamiento, de cierta mediocridad si me lo permite y eso no es bueno para nosotros, ya que las ganancias o crecen a ritmo muy moderado o simplemente se estabilizan”.

“Sentados un día dando cuenta del orden del día en la reunión bimestral de nuestro Comité General, en Washington, D.C., y tras escuchar y analizar numerosos informes financieros y sociológicos, llegamos a la conclusión, aprovechando que todos los allí reunidos estaban sobrios, de que la panacea ante ese parón se encontraba en el pueblo llano, en el currito, en la clase media trabajadora, no sé si me va usted pillando…” Lo cierto era que, de momento, ni Pamplona, pero démosle tiempo. Aun así asintió con la cabeza, como los tontos.

“El hueco que ahora mismo necesitamos cubrir y que aparece como casi virgen es el de las personas como vd., los que sufren por no poder llegar a fin de mes, los que soportan hipotecas, hijos a mares, sangre, sudor y lágrimas para labrarse un futuro y un presente siquiera digno, esa gente que sueña con una vida que nunca podrá conseguir”. “Y nosotros se la queremos dar, queremos ser ese genio de la lámpara que les conceda sus deseos más irrealizables y se lo vamos a dar con aquello que dominamos, con el maravilloso juego del póquer”. Se detuvo un momento para tirarse un sonora ventosidad y, visiblemente aliviado, prosiguió.

“Usted como yo sabe que la tentación por el juego y el azar va en la naturaleza humana, solo hay que saber dónde tocar para que nuestro cliente-víctima caiga en nuestras redes, ponerlo al alcance de su mano”. “Y es evidente que esa masa crítica de la que le hablo es influenciable y lo demuestra cada día, con los medios de comunicación, la política y sus políticos, el fútbol o Karlos Arguiñano, por ponerle unos ejemplos”.

“Por si, a estas alturas, no ha llegado a la conclusión final por sus propios medios, le voy a evitar la incertidumbre…le necesitamos a vd., Don Arcadio Keller, vecino de Almendralejo, trabajador vocacional, sin mayores virtudes ni físicas ni intelectuales, divorciado, y caracterizado por una escasa presencia en su vida de la diosa fortuna, es decir, un tipo corriente con una vida corriente, diriase anodina incluso. Y esto no es una elección aleatoria, la aleatoriedad no comulga con la palabra póquer. Le venimos siguiendo y estudiando desde hace mucho tiempo, sabemos todo de Vd., hemos sido su Gran Hermano”.

“Le vamos a convertir en un referente irresistible para toda esa gente, le vamos a modelar hasta que hagamos de vd., desde la nada, el mejor jugador de póquer de todos los tiempos y nos vamos a encargar de que cada avance en ese proceso sea conocido por todo el mundo”. “El ama de casa, el albañil, el profesor de secundaria, el perito industrial o la prostituta le llegarán a idolatrar y verán en vd. un espejo en el que fijarse, les meteremos en el cuerpo el gusanillo y les llevaremos a las mesas de juego, desde sus terminales domésticos, para que gasten el dinero que tienen y hasta el que no tienen, porque todos pensarán que si un mindundis como vd. ha llegado tan alto ellos también podrán, que narices”.

Aprovechando otro pequeño respiro en mitad de tan sorprendente exposición, Arcadio intentó empezar a digerir toda esa información. Obviando esa violación patente a su intimidad que parece ser había estado sufriendo, la insignificancia con la que se le estaba tratando, los escasos valores morales de este secreto grupo y una absoluta falta de escrúpulos hacia el genero humano en general y la clase obrera en particular, la propuesta que se le ofertaba se le hacía irresistible.

Le estaban poniendo al alcance de su mano todo aquello que nunca tuvo y nunca llegaría a tener por sus propios medios, a ver quién en su lugar negaría tales manjares solo porque tuviese que tragar con algunas frutas un poco caducadas.

Adelantándose a estas disquisiciones, el señor Kirchbauer, una vez apurado su enésimo pelotazo y tras palmear con picardía el traserote de nuestra querida azafata de congresos, continuó su disertación.

“Podemos comprender que lo que le estamos proponiendo le estará dejando ciertamente anonadado, que pasar de 0 a 100 en 3 segundos se escapa de la lógica y y de las leyes básicas de la física, pero no se engañe, nuestra expectativa de ganancia es muy superior a lo que los gastos de su formación nos van a suponer. Y creemos que debe conocer también ciertas contrapartidas necesarias, pecata minuta, no se inquiete”.

Episodio 6.-

“Desde el momento en que vd. acepte el trato que le proponemos, pasará a estar bajo nuestra exclusiva disposición y control, cada paso que dé será vigilado por nosotros, no tendrá autonomía de actuación, su vida anterior quedará borrada, será un hombre nuevo en definitiva”.

“Es probable que se sienta vacío y maniatado, pero ¿Qué son esos pequeños inconvenientes ante una nueva vida repleta de lujo, dinero, perversión (si lo desea, esto es voluntario), mujeres (la crème de la créme, le adelanto), fama…? Y lo más importante, no necesitará suerte alguna, porque nosotros supliremos ese indefinido concepto”.

“Bueno, pues eso es todo, el resto de detalles le serán expuestos cuando vd. nos dé el sí. Por supuesto, consideramos la dificultad de darnos una respuesta inmediata, así que le permitiremos una semana para que haga sus valoraciones y será entonces, en este mismo lugar, cuando deba confirmarnos si quiere subirse en este suntuoso barco a punto de zarpar. Hasta entonces, fin del mensaje, puede vd. marcharse por donde ha venido, caballero”.

Y otro sonoro palmetazo sirvió como colofón a la escena. Abrió la puerta, echó un último vistazo hacia atrás, observando como todos los presentes le despedían alegremente con la mano y se dirigió a la salida, sintiendo un tremendo peso sobre sus espaldas.

La semana que se le había impuesto como plazo para tomar una decisión ante el ofrecimiento más importante de su trayectoria vital estaba llegando a su fin y, ni mucho menos, tenía claro nuestro hombre por dónde dirigir sus pasos. Si bien era irrefutable que la perspectiva que se le planteaba era inmejorable, su catadura moral y sus creencias cristianas le servían de freno, por lo que su cabeza era un cóctel molotov a punto de estallar. No había hablado sobre el asunto en cuestión con nadie de su entorno cercano, pensando que solo lograría mayores dudas, además de que el citado entorno era realmente limitado.

No contaba ni con el típico “amigo del alma”, ni con ningún familiar en el que depositar su confianza…se daba cuenta ahora de lo solo que se encontraba, lo cual acrecentaba sus posibilidades de decir “sí quiero” a estos sus nuevos amigos.

Y por fin llegó el día D y la hora H. Yacía sentado en su mullido sofá de plexiglás azul cielo, vestido con sus mejores galas para la ocasión, esperando impaciente el momento de dirigirse a la iglesia de San Andrés, para fines mucho más mundanos que los habituales.

Después de una última noche de insomnio de un total de tres y varios días alimentándose nada más de café migado, porque un nudo estomacal le impedía cualquier otra ingestión, había decidido, por fin, dejarse llevar por los oropeles ofrecidos y que fuera lo que Dios quisiera. “Alea jacta est”, pensó filosófico, en ese latín que tanto le gustaba hablar en la intimidad…

Final (o quizá no).-

Prácticamente solo su prominente cabeza resaltaba por encima de la barra del “Orinoco Nigth Club”, una cabeza que albergaba un rostro compungido, diriase maltratado por una mezcla de vicios mundanos y malestares internos. Esa era la foto, sin entrar en pormenores, del gran Arcadius “Anatomic Bed” Montana, antaño conocido como Arcadio Keller, mientras penaba por levantar el brazo para llamar la atención de la rubia camarera en petición de otro Stonislaya con lima, el enésimo esa noche.

Acababa de abandonar, sin mayores explicaciones, una de esas “high society tables” que se veía obligado a frecuentar en su calidad del más admirado (y pingüe ganador) jugador de Poker NLHE del momento. Una de esas aburridas mesas, repletas de grandes empresarios, políticos de renombre y demás aves de rapiña, en las que ejercía de paciente anfitrión, dejándose ganar numerosas manos, esbozando dentífricas sonrisas y compartiendo cocaína de la mejor calidad, todo para el goce y disfrute de sus contrincantes, que habían pagado muchísimo dinero solo por sentarse en esa mesa con “el maestro Arcadius”.

Mucho tiempo había pasado ya desde que rebasó por segunda vez el umbral de la puerta del infierno, aquel infierno repleto de satanes vestiditos de boy scout. Casi dos años desde que decidió abandonar su vieja y anodina vida y cazar al vuelo una nueva, adornada con todas las cualidades que se le pueden pedir a una vida, pero que muy pocos pueden disfrutar.

Y a día de hoy, apoltronado en esa mullida barra de uno de los incontables clubs del imperial “Donald Duck Casino” de Las Vegas, la cabeza le daba vueltas, no solo por los efectos del alcohol en cantidades industriales, sino por las miles de dudas que le asaltaban, en forma de vacío existencial, como bien diría un psicólogo argentino o la ínclita Sofía Mazagatos.
En los inicios de su tempestuosa singladura por los procelosos mares del desenfreno, la fama desorbitada y el frenesí del placer (palabras de Arcadio, que conste, fiel poseedor, todavía, de su engolado estilo verbal), se puso a su disposición todo el utillaje necesario para convertirle, como estaba previsto, en ese irresistible modelo de jugador de cartas, nacido de la nada para llegar a ser punto de referencia de miles de corderitos ávidos de emociones nunca vividas.

Le envolvieron, de inmediato, en un atractivo envoltorio, a través de una campaña de marketing digna de Coca Cola en su eterna competencia con Pepsi. El hombrecito de Almendralejo, sin oficio ni beneficio, aparece de la nada y en cuatro días se planta en los niveles más altos de los principales softwares de Internet dedicados al póquer, llevándose, solo dos meses después de empezar a jugar, dos torneos casi consecutivos con premios superiores al millón de dólares entre ambos.

No lo hubiera necesitado, pero Arcadio recibió, desde el principio, una minuciosa formación teórico-práctica en los rudimentos del juego, sobre todo previendo su cercano y previsto salto al juego en los grandes torneos en vivo, donde el incipiente genio no solo debía serlo, sino también parecerlo.

Curiosamente y en mitad de ese aprendizaje, Arcadio descubrió que poseía, sin saberlo, un especial talento para el Holdem, con una considerable capacidad estratégica e insultante facilidad para leer el juego rival, lo cual satisfizo, más si cabe, a sus benefactores, que se encontraron con un elemento inesperado para agilizar sus propósitos.

A partir de los dos grandes “pelotazos” mencionados, que fueron fruto, por supuesto, de una maniobra perfectamente orquestada por sus “mecenas”, que dominaban a su antojo la supuesta aleatoriedad de las grandes empresas on line del juego y el azar, llegó la fase publicitaria. Tocaba mostrar a la criatura y dejar que los peces mordiesen el cebo.

Nunca se había hablado tanto de póquer, en tantos medios de comunicación y de cualquier temática como con la irrupción de Arcadio en este universo, hasta ese momento minoritario y poco difundido.

Lo mismo departía con Matías Prats en el telediario, que entraba de artista invitado en Gran Hermano 17 o se dejaba despellejar por las hienas de Farsa Rosa, interesados más por la vida que desarrollaba de puertas afuera al póquer, como era de esperar. Y es que hasta los otros aspectos de su vida fueron diseñados al detalle. Fue convertido en un gentleman conquistador, refinado en sus gustos y apetencias, fue sometido a numerosas operaciones de estética y se convirtió en un modelo de estilo y “savoir faire”.

Y el efecto que se estaba consiguiendo era el esperado, aprovechando la proverbial tendencia de la masa popular a dejarse hipnotizar y engatusar. “Que coño, si era uno de los nuestros”, “que grande este tío, pero si se comenta que anteayer como quien dice le quitaba las telarañas a las chimeneas y mírale ahora…”

Efecto conseguido. Montones de potenciales presas a punto de caer en las redes cuidadosamente dispuestas por el lobby, pero en este caso, víctimas seguras a corto, medio o largo plazo. Maquiavélica estructura, desastrosas consecuencias. Ayayay, cuanta maldad puede albergar el corazón humano…(el autor les solicita un momento de reflexión ante tamaña bellaquería). Gracias.

Nota de Vuchuu: este artículo de The Big Trujillano fue elegido como uno de los ganadores en la Cuarta Edición del Duelo de Escritores de Póquer-Red. Para ver todos los artículos de todas las ediciones podéis entrar al subforo del Duelo de Escritores.

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