Egolatría, en dosis controladas por favor por The Big Trujillano

Simón | 11/06/08

“La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.
San Agustín.
Un concepto que, en principio, no plantea debate, es que el jugador de póquer hace de la individualidad parte de su definición. De hecho, uno de los secretos del éxito para que nuestro respectivos bankrolles se multipliquen es diseñar una personalidad polifacética en las mesas, que resulte difícil de desentrañar para nuestros rivales y, al tiempo, conocer toda la información a nuestro alcance de las individualidades que tenemos enfrente.

En los niveles más bajos del juego ese método de investigación del rival se antoja poco fructífero, por la masiva entrada y salida de individualidades, por el escaso recorrido de muchas de ellas y porque ese posicionamiento mismo en los estratos inferiores de la pirámide del póquer ofrece poca información aprovechable, ya que el juego queda representado por movimientos poco sofisticados y carentes de contenido digno de ser almacenado en nuestro cerebro.

El jugador microlimitero es una suerte de autómata, de lectura simplista en su juego, empeñado tan solo en demostrar, con pocos recursos aún, que su “yo” merece lugares más cualificados y que el “yo” villano es muy inferior como para resultar una competencia válida.

Es en los niveles más altos donde el bagaje acumulado para llegar a ellos con solvencia propicia la consideración por aspectos como el respeto y el análisis del rival y el autoconocimiento, las dos caras de la moneda que forjan una individualidad con visos de éxito.

No cabe duda de que, por esencia, el póquer adquiere marca de identidad, al contrario que otros juegos de naipes en que se juega por parejas o incluso por grupos mayores, como un enfrentamiento de individualidades en pos de derribar la resistencia del resto, ya sea mermando el bank puesto en juego en las mesas cuando de cash games hablamos o bien tratando de engordar nuestros stacks de fichas de inicio devorando los stacks ajenos en las modalidades de torneo o Sit and Go.

Cabría en este punto señalar ciertas excepciones formales en las que abandonamos esas expectativas individuales para introducirnos en una dinámica colectiva, pero incluso en estos casos, infrecuentes, veremos que esa sensación de equipo esconde, igualmente, el mismo concepto de individualidad matizado.

Se me ocurren, por ejemplo, eventos como los campeonatos de póquer por equipos (recordaremos recientemente uno en vivo celebrado en España de estas características) o por naciones, como el que anualmente organizan salas virtuales como Poker Stars, pero en ellos realmente encontramos una suma de individualidades orientadas a un objetivo común, donde es precisa, cierto es, una cierta dejación de los sistemas y técnicas particulares en favor de una táctica estratégica de conjunto, pero sigue prevaleciendo el talento de cada jugador, pudiendo quedar compensada una mala actuación de uno de los miembros con una actuación descollante de otro de sus “co-equipiers”.

De igual manera, tenemos en mente la existencia de equipos patrocinados por salas “on line” de póquer participantes en los grandes torneos en vivo, en los que, por regla general, existe una preparación de conjunto previa, unas líneas de trabajo aprehendidas e incluso un sistema de juego estudiado y perfeccionado y que todo el equipo debe tener en consideración en las mesas, pero no dejan de ser pautas de referencia mental para cada individuo del equipo, pudiendo quedar supeditadas en favor de decisiones propias o de intuiciones, que forman parte del “yo” más exclusivo.

Coincidiendo pues en esa individualidad intrínseca al jugador de póquer, la amenaza se manifiesta implacable desde el mismo momento en que el ego del individuo decide hacer acto de presencia para tomar decisiones que exceden, probablemente, la capacidad del jugador.

De manera general, la soledad del jugador de póquer exige una fuerza mental importante para que no se torne en inestabilidad, pérdida de perspectiva y falta de equilibrio. Desgraciadamente, cuando hablamos de un juego en el que precisamos derribar sin miramientos al contrario, de manera sistemática e incluso dejando un poso de superioridad para posteriores encontronazos, estamos muy cerca de dejar de ser elementos individuales para pasar a ser ególatras. Y ese puede ser el principio del fin de nuestra carrera en el póquer.

En forma de cuestionario al uso, voy a referir algunas de las características que pueden describir un comportamiento ególatra en las mesas. Quisiera que dedicarais un momento a reflexionar con cuántas de ellas os veis identificados.

  1. Impaciencia en el franqueamiento del nivel de juego y comportamientos irrespetuosos hacia el bankroll correspondiente. Cierto que los microniveles (la fase más denostada y menos entendida) es un periodo del juego a veces largo y cansino, por momentos desmotivante, pero las prisas por abandonarlos en busca de la proclamada “ortodoxia del póquer” conducirá, a bien seguro, a daños económicos y de autoestima quizá irreparables.
  2. Convertir el “gambleo” como merecido atrevimiento esporádico en costumbre incontrolada. Nadie puede privarse, si el bank lo permite con holgura, de pequeñas incursiones en niveles superiores al propio, siempre y cuando el pequeño capricho no se convierta en práctica repetitiva y destinada a compensar pérdidas por la vía rápida.
  3. Desprecio por el villano por una superioridad mal entendida y apreciada subjetivamente. Es esta una verdadera enfermedad en el jugador de póquer medio, poco dado, por naturaleza, a reconocer sus fallos y muy proclive a excusarse en la discutible deficiencia de oponente.
  4. Pérdida de los conceptos básicos como fundamento inamovible del juego. Según vamos aumentando el número de manos jugadas y progresando de nivel, según vamos saliendo indemnes de situaciones complejas y marcamos hitos ganadores en nuestro currículo, perdemos, sin poder evitarlo, la disciplina y la prudencia que nos hizo ganadores. No reneguemos de los orígenes, es mala costumbre.
  5. Perseverancia en los errores para remediar tendencias perdedoras. Un planteamiento de juego que provoca pérdidas ya no comprensibles ni bajo el prisma de la varianza es un planteamiento incorrecto y que precisa de modificaciones urgentes. Toca descansar, buscar los puntos débiles de nuestra estrategia, bajar de nivel incluso, pero nunca empecinarse en seguir bajo los mismos parámetros. Muy difícil de diagnosticar, es intentar abrir la mente cuando se cierran todas las puertas.
  6. Pérdida de concentración. Sobrevalorar nuestra capacidad en mitad de una tendencia ganadora. Los picos positivos de la varianza no son eternos (si no no sería tal varianza) y serán seguidos de los negativos sin remisión. Mantenernos impasibles en ambos momentos, sin alardes, conformarán al buen jugador.
  7. Obviar los necesarios periodos de reflexión, estudio y aprendizaje como remedio indispensable para la corrección de anomalías. Nunca sabemos lo suficiente ni somos poseedores de la técnica infalible. Aquel que es consciente en NL5000, una vez terminada una sesión, de que ha cometido irregularidades en su juego, las localiza, busca alternativas y se esfuerza por no cometerlas al día siguiente estará ganándose un sitio permanente en los high stakes.
  8. Incapacidad de abstracción y problemas para canalizar el tilt. Si somos capaces de reducir al máximo las consecuencias de un estado de enajenación transitoria, abstraernos de provocaciones y mantenernos firmes en el juego que nos proporciona beneficios, nuestra solidez será recompensada frente a débiles conductas ególatras.

Si tu individualidad se ve salpicada por demasiados puntos de los anteriormente descritos, quizá esa sea la explicación que nunca encuentras para tu falta de consistencia en el juego. Si por el contrario consideras que no te ves atrapado por ninguno de estos “vicios”, parece que sabes controlar el ególatra que llevas dentro.

Y no olvidemos que aquí estamos para ser ganadores, no para dejar claro al resto que podemos ser ganadores.

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