"Hola, me llamo Negreanu y soy jugador de póquer" La fina línea que separa al jugador del ludópata por TheBigTrujillano

Simón | 06/08/08

"El soniquete de las máquinas tragaperras y el tintineo de las monedas al conseguir un premio son parte de la atmósfera de los bares españoles. Pero la imagen de personas solitarias ante los reclamos luminosos de una recompensa en euros es más que el reflejo de una costumbre, una manía o un mal llamado vicio: es UNA ENFERMEDAD, la ludopatía.” Leonardo Soriano, Presidente de FEJAR (Federación Española de Jugadores Rehabilitados).

"Se empieza como algo lúdico, relacional. Pero poco a poco va ocupando todos los aspectos vitales del sujeto, hasta convertirse en algo CENTRAL, en la causa de todas sus preocupaciones; y para conservar el juego se miente, se cometen delitos o se traiciona la confianza de la familia.” Jerónimo Sáiz, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal.

Una declaración previa de intenciones: no pretendo, porque no tengo competencia para ello, que este artículo sea un sesudo estudio médico sobre los motivos psicológicos que llevan a un jugador de póquer a rebasar las fronteras del comportamiento normal para entrar en los espinosos territorios de la adicción.

Pero lo que tampoco quiero hacer es que esto se convierta en una especie de alegato sobre las hipotéticas virtudes y especiales cualidades que hacen del jugador de póquer alguien inmune a cualquier atisbo adictivo, bajo el pretexto, frecuentemente utilizado, de que el azar no desempeña en el póquer un papel preponderante. Cualquier coraza es destructible cuando de ludopatía hablamos.

Es cierto que ese azar, que planea de manera casi absoluta en otro juegos (bingos, ruletas, loterías, tragaperras…) es el elemento detonante de la conducta enfermiza que define al ludópata.

Parece claro que todo juego sobre el que no cabe ningún tipo de control humano, sobre el que no podamos integrar la habilidad del jugador en el resultado final del juego en cuestión, acaba siendo un juego que esclaviza al sujeto, convirtiéndole en presa de seguras pérdidas económicas.

El elemento de aleatoriedad mencionado, que reduce las posibilidades de beneficio al mínimo se une, sin embargo, a esa innata condición del ser humano de intentar obtener unas ganancias extraordinarias de manera anómala, fuera de lo que llamaríamos los “cauces habituales” (principalmente el trabajo) lo cual provoca estados de ánimo eufóricos, irracionales, alterando la respuesta mental lógica, que sería la de desechar esas vías alternativas que con toda seguridad no van a darnos ese ansiado futuro sin problemas económicos.

Las diferencias del póquer como juego de cartas donde el jugador puede perfeccionar en gran medida su técnica para alcanzar la victoria y con ella rendimiento económico en relación con los otros juegos antes mencionados es, aún con todo, palpable.

Juegos como el bingo o las loterías, de mecánica sencillísima y que no exigen acción alguna por parte del jugador, basan su capacidad de atracción en la multiplicación de lo invertido por cifras muy altas, pero un cálculo básico de probabilidades indica que la posibilidad de ser ganador es ínfima.

Y aún así, repetimos experiencia y aumentamos las inversiones, convencidos de que el factor frecuencia o el de mayor inversión aumentará nuestro porcentaje de hipotético éxito.

Y llegamos al juego con mayor capacidad adictiva de todos, las máquinas tragaperras, siendo precisamente el que menos opción de beneficio ofrece.

El engaño de estas máquinas está perfectamente pergeñado. Se ofrece un retorno sobre la inversión fijo, como primer cebo. Se monta un escenario atrayente, que engatusa al jugador, embotando su normal capacidad de discernimiento, con música y luces aparatosas y casi hipnóticos (de hecho producen un premeditado impulso cerebral, como pasa con las luces de discoteca o con esos mensajes subliminales que se decía nos metían en los espacios publicitarios).

Se preparan los mecanismos de la máquina para que nunca sea el jugador el que obtenga el mayor rédito. Y se colocan en lugares de fácil y frecuente acceso, en convivencia diaria con los hábitos del ciudadano medio.

Le sumamos a todo lo dicho esa ficticia sensación de control o manipulación de la suerte, a modo de botones o palancas de uso, de supuestos ciclos de ganancias y de ese aprovechamiento de los temibles “momentos calientes” de la máquina y ya está todo dispuesto para activar el “clic” mental de la adicción, de esa irrefrenable tendencia a repetir la acción hasta la extenuación para reparar las pérdidas anteriores.

Es evidente que en lo relativo al póquer se produce un alejamiento del factor dependencia, en tanto en cuanto el elemento azar queda más diluido. Pero no nos engañemos, ya que anular por completo el azar no es posible, todo lo más y no es poco, llegaremos a reducir su influencia, pero siempre a largo plazo, jugando muchos cientos de miles de manos y perfeccionando nuestra habilidad y conocimiento de las tácticas.

Pero el porcentaje de jugadores que reúnen estos requisitos no es alto, siendo la presencia ocasional la que más define al aficionado al póquer. Nuestras mesas están repletas de jugadores “amateurs” que aprendidas, a veces con pinzas, las reglas del juego, efectúan sus ingresos para poner a prueba hasta dónde su talento les puede llevar en términos económicos.

Parafraseando a Phil Gordon, que comentó que la aparición de libros sobre póquer produjo un efecto de “democratización” en las mesas (todo el mundo empezó a leer las consignas de los expertos y se lanzó a las mesas a ponerlas en práctica, convencidos de poseer la piedra filosofal), es claro que el póquer “on line” ha producido el mismo efecto. Cualquiera puede compartir acción en esas mesas con el más avezado de los profesionales en supuesta igualdad de condiciones y eso supone un incentivo (y un peligro) añadido. Sobre todo si se entra sin la preparación adecuada.

Voy a apartarme, aunque no definitivamente, del perfil del jugador profesional o semipro, que ha dedicado un esfuerzo importante a estudiar el trasfondo matemático del juego, que domina y respeta los principios de gestión del “bank” o de los vaivenes de la varianza y que ha llegado a un punto en que ha minimizado al máximo cuestiones como la emotividad o la impulsividad, de tal manera que no permite que las emociones se mezclen en su ritmo de trabajo.

Quiero centrarme en el jugador ocasional y poco formado, el que simplifica el póquer bajo endebles premisas del tipo “ya sé jugar”, “he oído que puedo llegar a ganar mucho dinero”, “las mesas está repletas de jugadores ingenuos y fácilmente vencibles” o “cómo me gustaría dejarlo todo y dedicarme exclusivamente al póquer, porque estoy capacitado para ello…”.

Recordemos que la ludopatía es una enfermedad de difícil curación, que de producirse, exigirá una especial atención por parte de familiares y amigos, una exhaustiva vigilancia sobre ese enfermo y una búsqueda de la reversión de su comportamiento, en manos de profesionales, con terapias específicas.

Los daños en lo personal, en lo afectivo y en lo económico que sufrirá el ludópata hace muy aconsejable mucha precaución previa y que cada uno, o el entorno que nos rodee, podamos responder ante cualquier señal de peligro que se presente. Como pudieran ser las siguientes:

1.- La inmadurez, tantas veces repetida, pero que es el principal caldo de cultivo de la adicción.

En determinadas edades el intelecto está por desarrollar, las conductas son aún irreflexivas y viscerales, no se ha recorrido camino vital como para dar al dinero la consideración que merece, se es demasiado idealista, no se admite la derrota con templanza (el joven es, por lo general, soberbio y rebelde) y no se ha establecido una jerarquía de prioridades en la vida.

2.- La obcecación en la percepción errónea de nuestro nivel y en la supuesta habilidad adquirida.

No todos pueden ser jugadores de póquer estables y ganadores. Y cuanto antes reconozcamos que quizá no valgamos para este juego y afrontemos una honrosa retirada, mejor será. Si hemos ingresado x veces, con los mismos malos resultados, quizá sea el momento de pensar que, por la razón que sea, nuestra capacidad para el póquer es escasa o nula. Y no persistamos en busca de la recuperación, porque será el comienzo de la caída.

3.- Tomemos el póquer como una afición que nos substrae durante unas horas semanales de nuestra rutina, disfrutemos de esos ratos y nunca supeditemos nuestros hábitos a favor del juego.

Poco a poco, según vayamos progresando, podemos aumentar nuestra dedicación (tampoco es cuestión de desaprovechar nuestras posibilidades si las vamos adquiriendo con pasos firmes y organizados) pero NUNCA dejemos que el póquer sea una obligación que nos aleje de los estudios, de una trayectoria profesional gratificante o de cosas más mundanas como un viaje con tu pareja, un fin de semana de juerga con tus amigos o hasta esa colección de sellos que llevabas años mimando.



4.-
Cuidado con tomar referentes inalcanzables y dejarse embaucar por el lado más aparente de este juego.

Es cierto que a diario leemos y hasta convivimos con jugadores de gran nivel, que ganan cantidades de dinero enormes y de forma regular. Pero que quede claro que muy pocos llegan hasta ahí y marcarse objetivos irreales es el más fácil desencadenante de frustraciones que existe. Querer imitar a nuestro “héroe” puede ser un error irreparable, sobre todo si no reconocemos que no podemos llegar a esos niveles.

Y de paso, una petición, en mi modestia, a estos referentes: la difusión indiscriminada de datos de ganancias aporta muy poco en el enriquecimiento de los lectores de los mismos. Es admirable el tiempo que esos grandes jugadores dedican a compartir sus conocimientos, pero ese afán (humano) de prodigarse con la info diaria de sus inconmensurables progresos es dinamita pura en manos de mucha gente que no sabe digerirlos. Un poco de prudencia, siquiera de cara a evitar “castillos en el aire” sería muy recomendable por su parte.

5.- Una última cuestión, más de perfil psicológico del jugador de póquer-potencial ludópata.

Ciertas personalidades caracterizadas por problemas personales, escasa capacidad para las relaciones sociales, cierta introversión o hasta con complejos físicos o de comportamiento son serios candidatos a tomar el póquer “on line” como refugio, como válvula de escape, como un lugar donde se sienten seguros y hasta triunfadores por primera vez.

Y por ello, reclamo del entorno de este tipo de personas una atención máxima, no parece que decantarse por el juego sea la mejor solución a sus problemas.

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