Es un relato. Pretendía ser un relato corto.
No distinguía a los jugadores. Cómo en todos los sueños, era plenamente consciente de la situación a pesar de que no sabía qué hacía allí donde fuera que estaba. La mesa era sin límite, y el juego era el Hold'em. El turn trajo un tercer trébol a la mesa, un cuatro. Lo colocó junto a las otras, dama de tréboles, jota de tréboles y ocho de diamantes. Rápidamente todas las fichas fueron arrastradas al centro del tapete. Los jugadores mostraron sus cartas. Color al as contra escalera As y rey de tréboles contra diez de tréboles y nueve de corazones.
La Diosa
Miró a uno y otro lado, levantó suavemente la mano que reposaba sobre el tapete sujetando la baraja y graciosamente apartó la carta superior a un lado. Cogió la siguiente y la arrastró hasta colocarla al lado del cuatro de tréboles. Sin dejarla posar y con un rápido gesto de los dedos le dio la vuelta y la dejó caer. El nueve de tréboles.
Y en ese momento del sueño, en ese preciso instante y como en todos los sueños; sin saber por qué pero con toda seguridad, supo que toda su vida se derrumbaba.
Decidió ir andando para intentar superar la intranquilidad. El edificio era enorme y recargado. No le gustaba. Ya de niño no le gustaba, pero era dónde debía estar. Ni siquiera se planteó oponer resistencia, pues desde siempre le habían dicho que ese sería su sitio, e incluso antes de que su padre se lo rogara él había decidido que lo deseaba. Pero no le gustaba el templo.
Se acercó a la puerta de servicio y se detuvo un instante. Tomó aire profundamente y suspiró. Largamente. Abrió con suavidad y se acercó al mostrador.
-Hola. ¿Podría...?
La mujer detuvo su pregunta con un gesto.
-Un momento...Ahora... Si me permite, voy a ...uff. Perdone.-Se levantó apresurada intentando ocultar que estaba descaradamente azorada y arrastró rápidamente los pies para desaparecer tras una puerta a sus espaldas. Unos segundos después regresó a su silla con una estúpida sonrisa en su rostro.
-Que pase- Se elevó una voz tras la puerta.
-Por favor...- Le señaló la chica, indicándole la puerta.
El habitáculo estaba tenuamente iluminado. El mobiliario era espartano y la figura sentada tras la mesa central llevaba el uniforme de los crupieres que tan presente estaba en la vida del muchacho.
-Así que... Hoy será tu primer día ¿Nervioso? No deberías estarlo. Todo el mundo espera que... Ya viste a Giselle, la pobre, se ha llevado una gran impresión. Tu padre...-Tan atropellado era el discurso de aquel hombre que cualquier resto de tranquilidad que pudiera poseer cualquier interlocutor, se habría desvanecido de inmediato.-Giselle vio entrar a tu padre por esa puerta hace más de 20 años y trabajó con él y el resto de los crupieres durante todo ese tiempo. Y eres su viva imagen, he de decir. He visto alguna foto y no hay duda. Siento mucho tu pérdida, aunque ya hace tres meses de su muerte. Me enviaron a cubrir el puesto cuando su enfermedad ya lo tenía confinado en sus aposentos y no tuve el placer... Pero todo el mundo lo ha sentido mucho. Ha tenido que ser duro...
-Yo... Gracias, señor. Imagino que usted me indicará...-Señaló hacia la puerta, algo incómodo.
-Claro que sí. Soy el Sr. Lavezzi, jefe de crupieres. Tu padre podría haber sido, si él quisiera... Pero no le gustaba el papeleo. Le gustaba el tapete. Prefería servir a los gamblers. Todos le respetaban. Habría sido un gran jefe de crupieres. Por aquí, acompáñame al vestidor.-Se levantó, abrió la puerta e indicó con un gesto un pasillo lateral que partía desde el extremo izquierdo del mostrador de Giselle.
Mientras se dirigían a una puerta lateral, el ruido de los distintos juegos, diversiones y artefactos que eran responsabilidad de los crupieres empezaba a hacerse más presente. Empezó a recordar las largas tardes en que, apartado tras una cortina y sentado en una silla observaba a su padre manipular las cartas y regir la mesa que le había sido asignada. El ambiente cerrado, enrarecido, contrastaba con la imagen de su padre. Pulcro, impecable y sobrio, su imagen parecía destacar entre el treasiego constante de gamblers y sirvientes que pululaban entre las mesas. O eso le parecía a él.
-Entre, tu uniforme te espera en tu taquilla. Recibirás un segundo uniforme a la salida. Giselle lo tendrá todo preparado para cuando termine tu turno. Cuando termines, dirígete por la puerta del final del pasillo al hall del edificio. Allí te presentaré al jefe de sala. Él es el encargado de decidir cuales serán tus responsabilidades. Que la diosa te sea propicia.
Dentro del vestidor coincidió con dos crupieres. Notó que le miraban y no supo distinguir si era más viva la curisidad de sus compañeros o la impresión que él sentía el revivir el ritual que observaba todos los días de su vida en su propio hogar. Había observado cientos de veces a su padre, vistiéndose. Despacio, con cuidado y respeto, como si estuviera poniéndose algún tipo de ropajes rituales. Abotonó la camisa, blanca, nívea; anudó la pajarita negra y dobló el cuello sobre ella, en un sólo movimiento, intentando evitar que se hiciera más de una doblez en él. Una vez puestos los pantalones, se vistió el chaleco. Se calzó y, por último, engarzó los gemelos con el blasón de los crupieres, símbolo de su casta y recordatorio de sus obligaciones.
Frente al espejo, se contempló por primera vez con el uniforme de los crupieres. Él había llegado allí por sucesión, nadie le había evaluado, pero nadie dudaría de su capacidad. Los hijos varones que él llegara a tener también recibirían su educación y acabarían eligiendo su camino, pero la gran mayoría decidirían ser crupieres. Una vida de servicio, una gran responsabilidad y un gran sacrificio. Algunos llegarían a ser gamblers, pero la gran mayoría serían crupieres el restso de sus vidas. Hasta que sus capacidades se vieran mermadas por la edad o el jefe de sala decidiera que no estaba a la altura de su destino.
Salió del vestidor y recorrió el tramo restante del pasillo. Abrió la puerta que llevaba detrás del enorme mostrador que presidía el hall de entrada. El ruido le azotó como una ráfaga de viento. Voces, cristal, campanillas, gritos de triunfo y golpes. De frustración. El jefe de sala se encontraba de pie al otro lado de la enorme estancia, al final de la fila de máquinas, todo luces y musicas superpuestas. Cantos de sirena. Los gamblers y algunos invitados se arracimaban en el mostrador con la intención de cambiar su efectivo o sus cartas de crédito, premios en especie que se entregaban a las otras castas para recompensar algún tipo de servicio a la burocracia o regalos de algún gambler a un conocido o familiar. Esas cartas les franqueaban el paso al edificio y les permitían disfutar por unas horas del privilegio de la casta de los gamblers. El acceso al templo del Dios azar.
Por el rabillo del ojo observó al Sr Lavezzi haciéndole gestos para que se acercara. El jefe de sala parecía impaciente. Era consciewnte de que se había quedado embobado viendo el bullicio del hall, así que apuró el paso. Era la primera vez en su vida que hollaba esa moqueta. Para él el templo se reducía a las cortinas y a las dos o tres mesas que podía entrever por la rendija que abrían para que pudiera observar. Aquel enorme, ruidoso y bullicioso hall había sobrecargado sus sentidos.
-Aquí está, señor. Hijo, este es el Sr. Reeman, el jefe de sala.
-Buenas tardes, señor. Yo soy...-Empezó a decir extendiendo su mano.
-Sé perfectamente quién eres. Es tarde. Acompáñenme.-El jefe de sala echó a andar.
Se apresuró intentando no perder comba. Las largas zancadas del jefe de sala les conducían al área principal del templo. El área de juego.
Pronto se descubrió a sí mismo observando al Sr. Reeman. Era bastante joven. Lo imaginaba mayor, venerable, metódico, como rodeado de un aura. En cambio se mostraba resuelto y activo. Alto y bien parecido, saludó reservadamente a un par o tres de gamblers que descollaban por su apariencia extravagante y lujosa. Esos hombres se dedicaban en cuerpo y alma a honrar al Dios Azar. Su vida eran las mesas de juego, las apuestas, las máquinas. Y el jefe de sala era el nexo de unión de las castas. Los gamblers y sus servidores. Los sacerdotes de su templo. Los crupieres.
Perdido en sus reflexiones, el joven crupier volvió a prestar su atención a sus jefes cuando estos se detuvieron en frente a un grupo de una docena larga de compañeros crupieres, al que le invitaron a unirse. El ruido en la sala de juego era mucho menor que el el hall principal. El entrechocar de las fichas y las monótonas instrucciones de los crupieres , que ayudaban a los gamblers a seguir el ritual del juego en forma y manera adecuadas, eran los principales ingredientes del ambiente en la sala
-Señores. Les indicaré rápidamente sus puestos. Hoy vamos algo retrasados. Sr. García...
-¿Sí?
-Ruleta. Límites bajos.
-Señor...
-García. Límites bajos. Y si me da una nueva excusa como su torpeza de ayer, quizá deba prescindir de sus servicios. Ruleta, ya. Por favor.
El tal García, casi un anciano, agachó su cabeza y se dirigió raudo a su localización. Fue bastante duro ver tratar así a un hombre de edad ya avanzada. No pudo evitar sentir un ligera antipatía por el jefe de sala.
-Friberg. Naipes. Stud. Con límite.
Otro crupier abandonó el grupo.
-Usted. Sí usted, el nuevo. Mesa de naipes. Texas Hold'em...
Un murmullo se extendió como un reguero de pólvora en el grupo de crupieres. Lavezzi se puso pálido.
-Pero señor ¿Hold'em? -El comentario abandonó su garganta en forma de chillido. Estaba histérico. Es su..su primer día. No puede ser. Son las mesas más concurridas e importantes.
-Sin límite.
Lavezzi parecía a punto de sufrir una apoplejía.
-Conocí a tu padre.- Prosiguió el jefe de sala. Y tú querrás estar a la altura. Es tu día, chaval. Si quieres saber si eres digno sucesor del que era mi mejor crupier, no lo sabrás repartiendo en límites fijos. Ni en las mesas de draw. Lo sabremos hoy. Ahora. En la mesa principal.Y si realmente te enseñó bien, yo tendré un nuevo Crupier. Si no, no perderemos el tiempo. Ni tú ni yo.
El murmullo se había ido apagando poco a poco hasta que sólo se escuchaba el ruido de las mesas y por encima de él, la grave voz del jefe de sala recitando su discurso. Al terminar, el ambiente se había vuelto gélido.
Lavezzi levantó una mirada vidriosa hacia el crupier. Pero no pudo sostenerla y, lentamente, se dirigió a la mesa principal para acompañarle y quizá, no dejarle solo ante las miradas asustadas o en algún caso abiertamente envidiosa, de sus compañeros.
-Tranquilo, es una mesa de cartas. Nada más. De hecho, debes tomarlo como un reto. No, no. Como un honor. Tú haz lo que sabes. Todo saldrá bien. Yo acepté tu solicitud porque sé que tu padre te habrá enseñado bien. Sus compañeros confiaban tanto en él que no quise negarme... -Empezó animándole el jefe de crupieres. Pero al final semejaba ávido por darse ánimos a sí mismo. El fracaso del crupier sería obviamente el fracaso del jefe de crupieres, y éste debió saltarse algún papeleo por tratarse de él.
-Cambio de crupier- Anunció Lavezzi a la mesa. Los gamblers ocupaban todos los asientos de la mesa y el tamaño del bote que arrastraba el crupier hacia el gambler que se sentaba directamente a su derecha parecía indicar que la acción estaba bastante caliente en la partida.
El crupier saliente se levantó para dejar su asiento libre y dirigió su mirada hacia su relevo. Sus movimientos indicabn años de experiencia. La economía de gestos al recoger su cajetín. Las dos otres fichas plateadas que los gamblers le lanzaron en el instante de levantarse y la tranquilidad que irradiaba. Sus ojos se abrieron de repente indicando la lógica sorpresa de ver a su relevo.
-Wow. Te mandan al matadero ¿eh, chico?- Pronto se relajó, le sonrió y acercó sus labios al oído del nuevo crupier.-Es la hostia tener de nuevo aquí a alguien de tu famila. Conocí a tu padre. Que la diosa te sea propicia.
La mención a la diosa le dejó helado. ¡Delante de todos esos gamblers!
Todavía asombrado por el recibimiento, se sentó mecánicamente a la mesa. El Sr. Lavezzi colocó un cajetín nuevo, cargado de fichas para realizar cambios, en frente de él y se retiró apresuradamente.
Bajó la vista hacia la baraja. La tomó en sus manos y comenzó el ritual un millón de veces repetido delante de los inquisidores ojos de su padre. Con un sólo eléctrico gesto de su índice levantó el extremo de la cinta plástica que formaba parte del envoltorio que rodeaba la caja de la baraja. Retiró el plástico y abrió la caja. Con el dedo pulgar y el corazón de su mano izquierda sostuvo las cartas a unos centímetros de la mesa, y con el índice separó los naipes en dos tacos iguales. Con la mano derecha separó uno de los tacos y lo encajó en su palma sin apenas tensionar los músculos. Estiró su brazo cruzándolo por delante de su cuerpo y dibujó un abanico en el fieltro, regándolo de naipes. Ninguno de los palos de la baraja que se descubrían en la mesa estaba incompleto. Repetió el movimiento con el taco restante y toda la baraja quedó a la vista en dos arcos iguales y equidistantes.
Hizo una pausa evidente que niguno de los gamblers empleó en comprobar el hecho en sí. Unos barajaban sus fichan mirando al infinito, perdidos en el análisis de manos anteriores. Otros encargaban refrigerios. El ritual continuó con la recogida de las cartas, giró el mazo para ocultar el valor de los naipes y que sólo el dorso se presentara a la mesa. El crupier sintió el ligero recubrimiento de plástico de las cartas, observó el vivo color azul, idéntico en el dorso de todos los naipes y sopesó la baraja. Era una sensación común y trranquilizadora. Había sido educado para esto. Su padre se lo había implorado en el lecho de muerte, y él quiso hacerle entender que no debía temer nada, que la decisión había sido ya tomada a pesar de sus últimas discusiones y su pretendida rebeldía. No estaba peleando contra su destino, sino contra el de su padre. No quería verlo morir. Su padre creía que no soportaba su vida y lo que él no soportaba era su muerte.
Extendió las cartas en la mesa en aparente desorden y empezó a amasar el montón de naipes con las palmas de sus manos. Irónicamente, la intención era proyectar el mayor desorden posible, establecer el caos pero las manos del crupier parecían danzar siguiendo un ritmo acompasado y reconocible. A pesar de los ágiles movimientos, el ritmo era fácil de discernir. Tenía una elegancia natural. Sin que el ritmo cambiara apreciablemente los naipes desparramados fueron concentrándose hacia el borde del cajetín. El montón se reducía y los gestos se aceleraban y en cuestión de segundos, la baraja terminó perfectamente agrupada y cuadrada bajo los largos dedos del crupier. La baraja se partió en dos tacos, enfrentados con el único obstáculo de los pulgares del crupier, que pinzaron los extremos de los naipes y los obligaron a entremezclarse una vez. Dos veces. Una última. Luego, un corte sencillo. Levantó la baraja con la mano derecha y acercó la mano izquierda para reposarla en ella, aprovechándo el mismo gesto para recoger un protector de naipes y ocultar la última carta del mazo. Y con ello terminó la primera parte del ritual.
Estiró su cuerpo y, con su mano derecha, ahora libre, recogió las ciegas acercándolas al centro de la mesa para formar el bote. Inclinó el extremo más alejado del mazo hacia el jugador sentado a la izquierda del gambler que tenía el botón delante de su pila de fichas y con los tres dedos centrales de su mano derecha lanzó la primera carta hacia él. Uno tras uno, el resto de gamblers recibió una primera carta. Y luego, una segunda. Y con ello terminó la segunda parte del ritual.
-Paso.-Fold.-No juego- Consecutivamente, hasta cinco de los gamblers arrojaron sus cartas hacia el centro de la mesa, sin intención de participar en la mano.
-Subo. -Declaró el gambler en posesión del botón. Depositó tres montones idénticos de fichas delante de sí. Uno tras otro. Mantenía la cabeza ladeada, contando las fichas del montón para cerciorarse de la apuesta. El crupier contó uno de los montones y arrastró todas las fichas para engrosar el bote iniciado con las ciegas.
-¿Cuánto me supone ver la apuesta? -Preguntó el jugador obligado a poner la ciega pequeña. El crupier realizó el cálculo y declaró el montante a apostar. El gambler decidió tirar sus cartas y la ciega grande le siguió inmediatamente. Y así terminó la última parte del ritual. Y el crupier, en su interior, se regocijó y se permitió un momento de desconcentración para recordar el rostro de su padre y, en silencio, darle gracias.
Y procedió a repetir el ritual desde el principio. Una y otra vez.
Media hora más tarde, cuatro cartas se mostraban cara arriba sobre el tapete. 2 corazones y una jota. En el turn, una nueva jota que emparejaba el tablero. También de corazones.
-All in. Declaró uno de los gamblers. El bote ya era abultado, pero la apuesta lo convertía en gigantesco , más que doblando la cantidad contenida en él. El otro jugador involucrado en la mano consultó de nuevo sus cartas, y confiado respondió. -Veo ¿Tienes el color? No creo, lo jugarías más lento, ¿no? No me equivoco ¿Verdad? Porque yo tengo esto... Mostró sus cartas al resto de la mesa. Rey de corazones y jota de picas.
-Vaya. Por supuesto que tienes outs, pero voy por delante.-Comentó animadamente el agresor inicial. Y enseñó as y jota de tréboles.
El crupier quemó la carta superior del mazo. Despacio, separó la carta del river y la volteó. Un 4. Doblaba la mesa de nuevo.
-Split pot-. Dijo. -Full de jotas cuatros es la jugada ganadora. Y procedió a repartir el bote
La reacción del gambler que tenía el as fue arrojar las cartas con desprecio hacia el centro de la mesa. -Y van dos. Dos veces ya. Puto river, joder. Tienes mala sombra, chico.
La mesa se tornó silenciosa. Un silencio incómodo. Era una reacción exagerada. 6 cartas llevaban a un split pot y 12 le convertían en perdedor, pero que un gambler empezara a sospechar de la mala suerte que traía a la mesa un crupier podría desencadenar una protesta al jefe de sala y la expulsión del templo. El Dios Azar no debía ser servidao por alguien que no contara con su favor..
-Cambio de crupier.-Llegó el momento del relevo. El chico se levantó y se dirigió hacia el jefe de sala. Lavezzi interrumpió su camino, tomándolo por el brazo.
-Tranquilo, hijo. Nadie le ha hecho caso. Lo he visto y no tienes de qué preocuparte. El tipo ha bebido un poco de más y no tenía por qué decirte eso. Le he visto salir del templo y no ha dicho nada en recepción ni al jefe de sala. Olvídalo.
-Gracias, señor.
Lavezzi le acompañó hasta el jefe de sala.
-Bien, chico. Texas Hold'em. Sin límite. ¿O esperabas alguna otra cosa?. Tienes 15 minutos para ir al baño o lo que quieras -Dijo el jefe de sala esbozando una sonrisa.
-No, señor. No esperaba nada más. Gracias, señor.- Miró de reojo a Lavezzi y esta vez, estaba mucho más entero. El jefe de crupieres le había visto en acción y muchas de sus dudas se habían disipado.
15 minutos después le daba el relevo a un compañero. Se estaba sentando cuando, de pronto, un inicio de algarabía se propagó por la entrada de la sala de juego.
El gambler que había entrado por la puerta despertó recuerdos en su memoria, pero no supo decir exactamente quién era. Era de edad avanzada y vestía con sencillez, al contrario de los chirriantes excesos de sus más encumbrados iguales. No portaba ninguna clase de aderezo o complemento que significara su jerarquía dentro de la casta pero, obviamente, era un habitual del templo. Y era muy respetado. Los gamblers de mayor jerarquía se levantaban de sus sillas para estrechar su mano, y uno de los sirvientes se mantenía detrás suyo atento a recibir un encargo, como si éste fuera a llegar en cualquier momento.
El chico siguió con la mirada el lento recoorido por la sala de la majestuosa figura, que se iba agigantando a cada paso que daba. Los más principales gamblers se detenía a intercambiar unas palabras con el recién llegado y la sala parecía ebullir con su presencia. Las muestras de respeto de toda su casta indicaban bien a las claras que el anciano ocupaba la cima de la casta de los gamblers. Al menos dos jugadores de la más alta jerarquía seguían sus pasos. Pasos que, por cierto...
...Le dirigían directamente a la mesa del chico.
El jefe de sala surgió como un resorte de detrás del grupo que seguía al gambler y se apresuró a rodear la mesa en dirección al crupier.
-¿Les importa caballeros, que tome asiento?-Antes de terminar la frase, dos de los asientos se habían quedado a disposición del anciano, que se sentó justo enfrente del crupier. Una joven en la que nadie había reparado se acercó y depositó varias pilas de fichas del más alto valor enfrente del gambler.
-¿Subimos las blinds? ¿Qué dicen? Blinds máximas. -
El jefe de sala, que ya había llegado al lado del chico, hizo un gesto a uno de los crupieres más experimentados, y que como todos, se había girado para observar la escena. Era gesto era para que se acercara. Interrumpió el coro de "Claro" y "como no" que surgia de la mesa para intervenir
-Por supuesto, blinds máximas.
A esas alturas, sólo el anciano permanecía sentado a la mesa. El resto de los jugadores se habían levantado y ocuparon el espacio que rodeaba la mesa con la clara intención de asistir al juego como público. Uno de los estridentes jugadores que se levantaron para seguirle procedió a acompañarle, sentándose dos asientos más a la derecha. El otro, hizo mutis por el foro al escuchar al jefe de sala que la mesa pasaba a ser de ciegas máximas. El recién llegado vestía chaqueta de cuero, gafas de sol, y unos tejanos desgastados y se peinaba con una coleta que ,sentado, prácticamente arrastraba por el suelo.
El jefe de sala intervino de nuevo.
-Ahora mismo llega el crupier. Chico, levántate.
-El chico se queda- Cortó el anciano. -Él será el crupier.
-Pero...
-Él será el crupier. Gracias. Ahora, si no le importa, empezaremos a jugar. Aquí el caballero al que tanto le molesta el sol en este templo parece ansioso por jugar.-Un coro de risas acompañó la Retirada, visiblemente preocupado, del jefe de sala. Se procuró un sitio en la fila delantera del público congregado y cruzó sus brazos con fuerza resuelto a no caer en la tentación de morderse la uñas.
-Reparte cuando quieras.-Le dijo el anciano
El chico, tal y como hiciera antes, se dejó absorber por la rutina del ritual, donde encontraba la confianza necesaria para sobrellevar la situación. LA actitud del jefe de sala y la aglomeración de curiosos le había llevado casi al pánico. ¿Tendría realmente mala suerte?No era normal que el primer día en el templo estuviera tomando este cariz. Tal vez su destino fuera ver truncadas sus ilusiones en ese preciso día. Saborear la miel y ver cómo le retiraban el tarro de delante de los labios. Tal vez...
-No voy. El crupier abandonó sus reflexiones bruscamente. Observó la mesa. Había acercado las fichas del bote al anciano mecánicamente, gracias a la rutina. La mano había terminado. Lo había logrado. Debía dejar correr la próxima media hora y todo habría pasado...
-Chico. Me recuerdas a alguien.¿Nos conocemos?-Dijo el anciano.
-¿Se refiere a mi?. preguntó el crupier.
-Ya sé. Había una vez un crupier. Era el mejor crupier que nunca conocí.- El anciano miró sus cartas.-No voy- Y arrastró las fichas a su oponente, junto con el botón. El ritual comenzó una vez más.- Te pareces mucho a él. Físicamente. Y tus movimientos también me recuerdan a él. -Dos cartas fueron repartidas a cada jugador. La atención del crupier se centraba en el relato del anciano.- Una vez, estaba jugando heads-up, como hoy. El hombre, en medio de la partida, confesó que no era gambler, que había cambiado todo su efectivo por una carta de crédito en el mercado negro, y que estaba aquí sólo para demostrar que pertenecía a nuestra casta. Y para eso, estaba dispuesto a derrotarme. Para que todo el mundo supiera que él era uno de nosotros. El crupier se mostró afectado. Aquel día, al escuchar a ese hombre, su rostro se desencajó y comprendí que deseaba que ese hombre no perdiera su efectivo y con él su sueño y su vida. Fue la primera vez que le vi perder los papeles
El anciano interrumpió su relato para estudiar por un momento el flop y realizar una apuesta del tamaño del bote.
El chico intentó ocultar su indignación. Diosa, ¿Debía aguantar que ese individuo criticara a su padre delante de todos esos curiosos? Intentó mantenerse hierático y no perder la concentración. El gambler prosiguió mientras su oponente estudiaba la situación y decidía si ver la apuesta.
-Empezó la partida y rápidamente comprendí que el miedo de ese hombre a perder era mayor que su deseo de ganar. Así que empecé a subir con aire. Apostaba flop, turn y river. Con jugada o sin ella. Y el crupier, todas y cada una de las veces que el hombre tiraba sus cartas cuando yo no tenía jugada, dejaba translucir una sutil mueca de disgusto. Lo juro por el Dios Azar, fue capaz de leer todos y cada uno de mis faroles. Lo vi en su cara. Todos y cada uno de ellos -El jugador de la coleta vio la apuesta y el crupier enseñó el turn.
-Después de la partida, le ofrecí la mitad de mis fichas. Yo le presentaría ante los demás. Le ofrecí ser un gambler.
Un enorme runrún recorrió las filas de curiosos. ¡Le ofreció convertirse en gambler! ¿A un crupier? ¡Inaudito! ¡Increible! Otros individuos de otras castas llegaron a ser gamblers. Por ser los más destacados en su trabajo. Como premio a su lealtad en el servicio a un gambler. O sobornando a las personas adecuadas. Pero nunca un crupier.
Y se escuchó la voz del anciano sobre el de la multitud.
-Ummmmmm. All in. Y empujó una desmesurada pila de fichas al centro de la mesa. El jugador de la coleta saltó de su asiento tirando las cartas delante de sí cara arriba visiblemente excitado. ¡Veo!, !Claro que veo, coño! ¡Te tengo!
El crupier, completamente absorto en el relato, volvió su vista a la mesa. El jugador de la coleta enseñaba el diez de tréboles y el nueve de corazones.
El corazón se le subió al chico a la boca.
Arriesgó una mirada al tablero, pero aunque había repartido sin fijarse en otra cosa que no fuera en la historia sobre su padre, tenía la impresión de que se iba a encontrar....
Dama de tréboles.
Jota de tréboles.
4 de diamantes...
y el turn... ocho de tréboles
Su mirada, suplicante, se levantó lentamente hacia el anciano. El gambler le miraba fijamente. Estaba bajando las cartas. El chico no necesitó mirarlas.Era su pesadilla. El destino. El dios Azar. Deseaba levantarse y salir corriendo, pero estaba paralizado.
-As rey de trébol. -Lentamente declaró el anciano, depositando sus cartas con duilzura en la mesa.-Lo siento, caballero.
-¡Mierda! No voy a tirar la escalera ¿No? ¡Joder! ¡Coño y con un trébol!¡No lo voy a tirar! -Se desgañitaba el gambler de gafas oscuras.
Mientras, en medio de los curiosos, alguien se abrió paso hasta quedar a pie de mesa.
Una voz pastosa interrumpió el alboroto que había levantado la mano jugada y la reacción del gambler de la coleta.
-No está finiquitado aún. El tipo tiene un out. Y el crupier es muy capaz de pegar el nueve de tréboles. ¿Verdad, chico? No sería la primera vez ¿no?.- Era el gambler que le había increpado tras el split pot en su primer turno. ¿Qué hacía de nuevo en la sala?¿Qué más podría torcerse?¿No era ya suficiente?
El crupier se miró las manos, con el corazón palpitando a cien por hora, y era incapaz de decidirse a sacar el river. Las lágrimas pugnaban por aflorar a sus ojos y giró la cabeza para intentar recibir instrucciones del jefe de sala. Quizá le mandaría levantarse al ver su torpeza y evitaría todo esto. Pero el jefe de sala se había perdido entre la barahúnda de curiosos que se había arremolinado alrededor del guirigay posterior al allin. Fue incapaz de encontrarlo.
-Saca el river, chico.-Dijo con dulzura el anciano. -Venga. La voz del gambler actuó como una especie de bálsamo y el crupier salió de su estupor por un momento.
Quemó la primera carta y agarró la carta del river antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.
En ese punto, clavó sus ojos en el anciano. Imploró perdón con la mirada al dar la vuelta a la carta.
El alboroto se fue desvaneciendo. El hombre de la coleta recogió las gafas, que se había quitado mientras esperaba ver el river, dio la vuelta y se alejó de la mesa. El círculo de curiosos se disgregó al ver que la mesa se había roto.
El anciano estiró sus brazos y empezó a recoger las fichas con parsimonia. Casi una a una.
El crupier arriesgó una mirada al tablero y vio el dos de picas. El river era el dos de picas.
El gambler retomó su relato.
-Tu padre... No me equivoco ¿verdad? Tu padre no aceptó mi ofrecimiento. Me acerqué a él tras la partida, enfadado. Para qué voy a mentir. No me gustó que me rechazara. Me dijo que no podía aceptar porque amaba su destino. Él era un crupier y estaba orgulloso de ello. Pero no era solo por eso. Era por su hijo. Llevaba más de 15 años educándolo para que siguiera sus pasos. Para que recogiera su legado. Y su hijo estaría mañana detrás de una cortina, mirando a su padre sentado a la mesa. Y tenía miedo de que su hijo estuviera pensando en renunciar a servir en el templo del Dios Azar y el verle sentado del otro lado de la mesa pudiera ser el último empujón que le ayudara a decidir abandonar. Así que renunció a lo que nadie renunciaría. Creí reconocerte y me acordé de aquel día. Me acerqué, me senté a la mesa y pedí que fueras tú el que nos sirvieras. Porque...
El anciano miró a un lado y a otro para cerciorarse de que nadie aparte del chico escuchaba sus palabras. La atención de los curiosos se había desplazado a otros lugares y el jefe de crupieres y el jefe de sala estaban entretenidos comentando la situación, sin escuchar la conversación a pesar de no haber abandonado el lugar .
-...porque estoy completamente seguro de que la Diosa no permitiría que tanto empeño y servicio cayera en saco roto.-Terminó el gambler.
La herejía, en boca del gambler, sonó al mayor exabrupto que uno pudiera oir en el templo. Los gamblers servían al Dios Azar. Un dios vengativo y caprichoso que escogía entre los humanos a aquellos a los que maldecir con su mala suerte y a quienes bendecir con la mayor de las fortunas. Un crupier que perdiera el favor del Dios era lo peor que podía ocurrir en el templo, pues los servidores del Dios se verían afectados en el desempeño de sus ritos.
Pero los crupieres adoraban en secreto a la Diosa. Las cartas que se contenían en el mazo podían ayudar o no ayudar a uno de los gamblers, pero la equidad y magnanimidad de la diosa permitía sólo que eso ocurriera en la proporción justa y adecuada a todos los hombres.
El anciano se levantó ayudado por su discreta sirviente, que recogió las pilas de fichas ordenándolas en estuches de diferentes colores. El anciano llamó al jefe de sala.
-Sr. Reeman. Mañana volveré. Por la tarde. Quiero esta misma mesa. Y este chico será mi crupier. Si no hay problema.
-Ninguno.-Aceptó rápidamente el jefe de sala. -Mañana todo será dispuesto cómo usted pide. Pero el chico todavía...
El anciano introdujo su mano derecha en el bolsillo interior de su chaqueta. Sacó una ficha plateada. La ficha que llevan los gamblers para reconocer el trabajo de un crupier, y para indicar que , según su inspirada opinión, el Dios favorece a ese servidor. La arrojó al tapete, al lado del cajetín del chico.
-Mañana, este crupier atenderá su mesa-. Terminó el Sr. Reeman.
Alguien tiró de la manga del chico. Era el Sr. Lavezzi.
-Enhorabuena, chico. Eres un crupier. Te indicaré tus aposentos. Y nervioso, pero esta vez de emoción por ser el valedor del hombre con mayor proyección de todos sus crupieres, arrancó a andar en dirección al interior del templo, a través de las cortinas detrás de las cuales tantas y tantas veces el chico había observado a su padre realizar los rituales.
Y el chicó le siguió, abriendo las cortinas de par en par.
FIN
Espero que os haya agradado.
Saludos, gente