'Anacronismos' por The Big Trujillano

Simón | 24/09/10

*Relato participante en la V Edición del Duelo de Escritores de Poker-Red.

Esto era así. El gran comisionado para asuntos pecuniarios, Mendalerendio de Gambleria, controlaba hasta el ultimo doblón de los riverinos, casi todos destinados a pagar abusivos tributos.

Se infringían dos prohibiciones: se divertían sin tino y jugaban apostando dinero. A buen seguro que tal escena hubiera hecho las delicias del Gran Juez Opositorio Prevaricio, que hubiera ideado estupendas muertes horrendas para estos facinerosos.

-¿A qué juegan? -acertó a preguntar un pasmado Trujilio.

-Se llama Holdemio, -le aclaró Varianza con una pícara sonrisa dibujada en su voluptuosa boca- consiste en ligar con las dos cartas en la mano y las cinco que ves sobre la mesa la mejor combinación según unos patrones establecidos, con varias rondas de apuestas atendiendo al valor de las manos de cada cual o a la valentía y capacidad de engaño del jugador. En las bodegas de todas las casas de Riveria hace mucho que se juega tontorrón, la gente necesita desfogarse, regodearse en el pecado.

-Además –continuó la meretriz- tienes la suerte de ver jugar a uno de los mas grandes, Rafullio lo llaman, inconsciente pero temible apostador, es el de la chilaba amarillo pito. Sus seguidores se disputan la pureza del juego con los partidarios de Mokesiglio, otro excelso jugador, éste de estilo mas estratega y conservador.

De pronto Trujilio sintió un fogonazo ilusionado en su cabeza. Este era el espectáculo que andaba buscando y que satisfaría a su Señor.

Ya imaginaba la escena: la gran campa de la villa condal (la campa Yunkina la denominaban en honor a la heroína local que se contaba supo frenar la cruenta Batalla de Everestiades contra los sempiternos enemigos, los flopinenses, armada solo de su conciliadora palabra) toda ella sembrada de mesas de mármol de Macael, 10 jugadores por mesa cuidadosamente seleccionados, hermosas lugareñas distribuyendo monedas y cartas en cada mesa, árbitros irreductibles cuidando por el buen orden del concurso...

Ay si su buen padre, Ricardus Maeck levantase la cabeza, se sentiría tan lleno de orgullo...

Días después de la clausura de los juegos, el Rey Simoncello departía con el Conde Laureano bajo la atenta mirada de un colosal cochino asado "boquicerrado" por una manzana reineta.

-Gran éxito Laureano, gran éxito, demoniaco juego el que me mostraste -decía el Rey entre risotadas y sonoros eructos.

-Ya conoces mi mandato, -prosigió el monarca- antes de la próxima edición de los Juegos quiero que hayas enviado emisarios suficientes por todo mi reino como para que sepan jugar al Holdemio hasta los niños de teta. Organizaremos el mayor certamen conocido allende los mares. Y lo organizaré cada ano. Y donaré parte de la recaudación anual real como generoso añadido. Y jugaremos siete días, con sus noches, sin descanso...

-Es maravilloso tu juego Laureano, maravillosooooo! -se emocionó el monarca-, por cierto, ¿qué ha sido de tu fiel bufón Trujilio?

-Ya conoce Su Majestad que es y será un alma artista, inquieta. Dejó mi condado en busca de nuevas ideas. Se cuenta, Mi Señor, que lo vieron recientemente en el Reino de su hermano, el Rey Raulio Mestrero de Eduquia, jugando en una timba callejera a una variedad bastarda del Holdemio, en la que algunos de los jugadores tenían unas poquitas monedas ante si y el resto les miraba con gesto desconfiado y receloso...

¡Poco futuro le auguro a ese juego, mi Señor!

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