'Una mesa cualquiera' por Serpoker

Jairo Moreno | 10/09/10

*Relato premiado en el 5º Duelo de Escritores de Poker-Red

Entro en el lujoso y espectacular casino, la gente no para ir y venir de un lado a otro. Algunos andan perdidos por no saber cuál es su lugar, un hombre trajeado se me acerca y tras comprobar que voy a jugar el torneo me indica cual es mi lugar. Aun la mesa esta medio vacía solo un hombre y una mujer están sentados, sus miradas están clavadas en la mesa sin mediar palabra con nadie. Yo saludo al crupier y me siento en mi sitio correspondiente. Toco suavemente mis fichas asignadas, notando suavemente como las han fabricado especialmente para este gran evento. Poco a poco mis contrincantes van apareciendo, cada uno más particular y más característico. Alzo mi vista observando cómo las mesas se han llenado casi por completo, solo queda algún asiento libre que en poco minutos será ocupado. Una voz anuncia el inicio del torneo, los crupieres comienza a mover las cartas y a repartirlas. Mi mente se centra única y exclusivamente en la mesa.

Llevo más de dos horas jugando, mis fichas han bajado un poco, pero aun sigo en pie. Intento escuchar detenidamente alguna de las conversaciones, pero no domino demasiado su idioma, por lo que decido centrarme en las cartas y en sus movimientos, sus palabras no son más que vacio. Una nueva mano llega a mí poder, para mi sorpresa es la bendición del póquer, esas dos vocales que inician cualquier abecedario. Yo intento contener mi emoción y saber que debo jugarla adecuadamente. Alzo mi mirada apuesto y varios de la mesa se tiran, creo que ha sido un error subir tanto, ninguno va a ir, pero cuando creía que iba a desperdiciar grandiosa mano la ciega grande me sube el doble de mi apuesta. Yo alzo la mirada poniendo cara de sorpresa, pero en mi interior reboso felicidad. Mi movimiento es restarme con todo lo que tengo, ya que no es demasiado, el sin pensárselo me ve enseñando orgulloso dos damas. Yo le doy la vuelta a mis dos cartas y su cara cambia por completo.

El crupier reúne las fichas en medio y empieza a enseñar las cartas del centro. Como si me hubieran apuñalado siento un gran golpe en el corazón cuando veo una dama entre las primeras cartas. Aquel hombre salta de alegría, mi ánimo decae por completo. Sale la cuarta carta, no me ayuda para nada, he hecho este largo viaje para caer así, cruzando medio planeta e irme con este mal sabor de boca. Mi mirada se clava en el techo del casino esperando un milagro. Sale la quinta carta y la mesa se sobresalta, aquel hombre da un tremendo grito seguido de insultos que si logro entender. Mi mirada baja de nuevo al tapete de color verdoso viendo como hay un as entre las cinco cartas. La paz inunda por completo mi cuerpo, estaba a punto de hacer las maletas de vuelta a casa.

Después de tres días de descanso vuelvo a sentarme en la mesa que me ha sido asignada. Muchos amigos y conocidos que coincidieron conmigo ya se han marchado. Algunos descontentos y otros acusando a su mala suerte o a las estupideces de sus rivales. Mis fichas han subido considerablemente, en mis nuevos contrincantes no veo ninguna cara conocida. Todo empieza a moverse, los jugadores que tengo a mi alrededor parecen más ansiosos por jugar que los anteriores. Yo juego a mi estilo confiando en mí mismo y en sus fallos.

Los días avanzan con bastante soltura, el cansancio comienza a notarse en mi cuerpo, las largas horas sentado en una mesa jugando se resienten en mi cuerpo, ya que está acostumbrado a una vida de continuo movimiento.

En mi cuarto día jugando oigo una gran griterío, no llego a entender lo que sucede, pero al oír la emoción de la gente y ver la sonrisa en sus caras, comprendo de que ya hemos llegado al dinero. A muchos de ellos les cambia el estilo de juego. Poco a poco la gente se va levantando de las mesas sin fichas, pero habiendo ganado algo de dinero. Yo mantengo mi juego, ya que no he llegado hasta aquí para llevarme un poco más de lo que he invertido.

Paso alguna que otra penuria en los días venideros. Mis fichas se vieron diezmadas por unos hombres muy buenos, uno de ellos era profesional y vivía del juego. Yo intente varias jugadas contra él, pero me hubiera valido mas la pena reservarme. Luego conseguí recuperarme en alguna que otra mano y lograr pasar al siguiente día. Ya quedábamos menos de cuarenta personas de las miles que empezamos a jugar. En mi vida había creído que llegaría tan lejos. No soy un gran jugador, pero debo reconocer que la suerte estuvo de mi lado.

Comienza ese nuevo día, la agresividad es algo que se ve constantemente ahora en las mesas. Yo intento ver como se mueven los jugadores, intentar ver cuáles son sus fallos y aprovecharme de ellos. En dos grandes jugadas mis fichas se vuelven de un gran tonelaje, estoy entre los primeros puestos de la clasificación general, quedando ya menos de quince personas vivas. Un gran jugador comienza moverse como si quisiera terminar ese mismo día el torneo. Elimina a los jugadores con gran soltura, los lleva a situaciones límite y los engaña con todo una clase. Su sonrisa grotesca y sus gafas de color rojizo hacen que no les siente demasiado bien la eliminación. Su última victima hace que todo se detenga, hemos llegado al final de esta etapa del torneo, quedamos solo nueve. Mi cabeza aun no asume dicha hazaña, yo un simple currante he llegado a la mesa final más importante. Los organizadores del torneo nos dan todos los detalles y nos facilitan los días en los que todo se reanudara.

Han pasado casi 5 meses desde que visite esta ciudad por última vez, no ha cambiado demasiado. Sus luces y su glamur siguen vigentes. Entro en el casino donde me esperan con impaciencia, soy el último en llegar de los nueve. Todo ya está preparado para que se inicie la gran final. Me siento y comienzo a recordar todos los ánimos y alabanzas que he recibido en mi ciudad de amigos y familiares. Me reparten mis dos primeras cartas y todo se pone en marcha. Mi juego es bastante débil, noto como si algo me fallara ¿Puede que fuera miedo? No lo sé, pero algo dentro de mí me estaba haciendo jugar diferente. Tiro las cartas y alzo la vista, para mi sorpresa aquel hombre de gafas rojizas y sonrisa grotesca no deja de mirarme, es como si me estuviera analizando. Rápidamente la atención es desviada de mi persona, ya que dos jugadores acaban de apostarse todo lo que tienen. Ambos están de pie y se desean buena suerte. Al salir las cinco cartas en la mesa uno de ellos salta de alegría y el otro casi comienza a llorar. Ya solo quedamos ocho.

Unas horas más tarde la mesa se ha visto claramente reducida, quedando solo cuatro en pie. Mi juego ha mejorado algo, pero aun no ando demasiado contento con él, le debo más a la suerte que a mis habilidades. La mesa es dominada por aquel hombre de gafas infernales, todos evitan enfrentarse con él, pero no deja que nadie le rehúya. Otro más cae en sus garras cansado de que los controlase. De nuevo esa sonrisa se esboza en su cara, su última víctima no puede contener su rabia y le insulta. Él permanece impasible y coloca las fichas que ha ganado. Manos más tarde me toca a mí ponerlo todo encima de la mesa, mi miedo es algo confuso, tengo una buena jugada, pero tampoco la veo ganadora. El hombre de gafas espera varios segundos y decide no meterse en medio. El último jugador que ha tenido varios encontronazos con el otro decide jugarse todo lo queda conmigo. Yo no quedaría eliminado, pero si me vería algo flojo si perdiera. Damos la vuelta a las cartas y el enseña As rey, mientras que yo enseño dos jotas. Salen las cinco cartas en el tapete y me dan la victoria a mí. Felicito a mi adversario por el gran torneo y me vuelvo a sentar. Mientras coloco las fichas el hombre de gafas me dedica unas palabras. “Espero que dures un poco más que los demás”. Mi mirada se clava en esas gafas temidas por muchos, pero decido no contestarle y seguir jugando.

Pasada casi una hora mis fichas se han igualado casi a las suyas, ya que he logrado engañarle en alguna que otra ocasión. El es mucho mejor que yo, pero la fortuna sigue de mi parte. Consigo ganarle algún bote mas aprovechando su desconcierto y colocarme por delante de él. Su cara no presenta esa soberbia que tenia al comienzo del día, intenta atacarme como puede pero ya sé cómo juega y me defiendo bastante bien. Error tras error sus fichas se van viendo reducidas. En uno movimiento desesperado el mete todo en el medio, yo observo su comportamiento y luego mis cartas. No son nada malas, as dama. Decido ver su apuesta y los dos enseñamos. Doy la vuelta a mis cartas y el da un gran salto, enseñando dos reyes. Mi corazón palpita con fuerza, no me eliminaría pero empezaríamos de nuevo y ha sido un temible rival, al cual sería complicado volver a reconquistar. Salen las tres primeras cartas, entre ellas un rey. La sala se inunda de sorpresa. La cuarta se da la vuelta enseñando una jota, en ese instante la felicidad de aquel hombre comienza desvanecerse, aun puede perder. Mi corazón late con tanta fuerza como si fuera a romperme todas las costillas. El crupier quema la carta correspondiente y da la vuelta a la quinta. Dejando ver un diez. Todos los espectadores saltan de emoción y se origina un gran griterío. Mi cabeza no puede creer lo que mis ojos están viendo. Las gafas de aquel hombre caen al suelo, dejando al fin sus ojos al descubierto. Las lágrimas inundan por completo mis ojos, la emoción se adueña de mi, familia y amigos que me han acompañado me abrazan. Yo aun no llego a creérmelo, es como un sueño. El hombre recoge sus gafas del suelo con la mirada baja, al alzarse se encuentra con mi mano extendida esperando para estrechar la suya. Esta vez su sonrisa no es grotesca, sino que es feliz y amigable. Le pido que se hago una foto conmigo, ya que el también es un autentico campeón.

Me felicitan por allá donde voy, ahora mi vida es completamente diferente. Quien iba a pensar que llegaría tan lejos cuando empecé a jugar con mis amigos e ingresando unos pocos euros en un sala de póquer virtual. Ahora soy lo que siempre quise ser, un ganador.

Sergio Marcos Nuez

Dedicado a José Canellas, un amigo que jamás podrá ganar las WSOP, pero que en esta historia si lo hizo, gracias por todo lo que nos diste.


 

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