'Profesionales' por Boltrok

Simón | 24/09/10

*Relato participante en la V Edición del Duelo de Escritores de Poker-Red.

Llegué al Hartley sobre las siete, casi dos horas antes de lo previsto, un poco cansado ya que había madrugado bastante. Si madrugas encuentras aún buenas partidas porque los americanos siguen despiertos y, muchos de ellos, borrachos. La magia de Internet. La globalización. Una maravilla. Salvo el madrugón, claro.

—¡Tolete! ¡Qué sorpresa! —me saludó Dani, el encargado.

—Ponme uno de Seagrams, Dani —contesté estrechándole la mano.

Al fondo, junto a los billares, se oían las risas de unos cuantos de los chicos.

—Tenemos uno de cien pavos en marcha ¿te apuntas? —sonrió Dani, acercándome el gin-tonic.

Los torneos del Hartley eran la mejor válvula de escape a mis cinco horas diarias de póquer por Internet. Aunque puede parecer un tanto extraño, lo cierto es que cuando eres jugador profesional, no es tan raro que tu ocio también lo ocupes jugando al póquer. Mis colegas de toda la vida no encajaban en mi nueva vida y los chicos del Hartley eran lo más parecido a un amigo que tenía desde hace meses. Miré al reloj.

—Ahí van —le dije dándole dos billetes de cincuenta.

—Número cinco — contestó Dani con una graciosa reverencia.

Dani “el sonrisas” era todo un cabrón con pintas que se había subido al carro del póquer en cuanto empezaron los primeros programas de televisión. Puede que fuera de barrio pero no era gilipollas. A su manera era un visionario.

—¡Coño, si tenemos aquí a Steve McQueen! Será un placer pelar al rey del mambo —me saludó Carlitos, un hijoputa de libro.

—Qué pasa Carlitos, ¿tu no curras? Metes más horas aquí que la máquina de petacos.

—Ya ves. A mi me patrocina el INEM ¿y a ti?

Algunos de los chicos se rieron para satisfacción de Carlos.

—Yo vivo de los listos como tú —contesté serio.

—Y de las niñas de papá como Cynthia.

Carlitos no era muy listo pero sabía cómo tocar las pelotas. Nadie sabía a lo que se dedicaba. Lo único seguro era que no había trabajado en su vida.

—¿Empezamos o qué? — dije mirando al reloj.

Lo que le sacaba de quicio a Carlos era que Cynthia se hubiera fijado en mi. Ella era en el Hartley como Raquel Welch en “Hace un millón de años”: una belleza descomunal entre seres primitivos. Los chicos decían que era de familia bien aunque ella nunca hablaba de su familia.

Con la baraja no lo hacía mal del todo. No conocía demasiado de la parte técnica del juego pero esas carencias, pan de cada día en el Hartley, las suplía con un descaro descomunal que desarmaba al más pintado. Su agresividad, extraña en una mujer, le hacía ganar botes increíbles. Se había ganado el respeto de los chicos.

—Juan, ¡hablas! ¡estás en la inopia! —la voz de Ramón, uno de los chicos, me devolvió a la partida.

Mecánicamente miré mis cartas y las tiré al centro de la mesa.

—Perdón. Estoy un poco cansado.

Miré al reloj. En menos de una hora había quedado con Cynthia. Había preparado una velada romántica en mi casa; le pediría que se casase conmigo Nervioso apuré el gin-tonic y pedí otro al sonrisas.

Cuando apareció Cynthia debía llevar encima como cinco copazos. La partida se detuvo cuando llegó a la mesa. Vestía una blusa con transparencias y una falda tubo que resaltaba sus perfectas caderas.

Unos zapatos de tacón rojo pasión ponían fin a un inevitable descenso visual por sus perfectas y largas piernas.

—Voy con todo —dije sin mirar mis cartas.

Uno de los chicos al que llamaban Lauren vio mi envite volteando dos reyes. Descubrí mi mano: un ocho y un seis de tréboles. La mesa me dio escalera.

—Coño cuando uno quiere perder ¡gana! ¡mierda de juego!

Todos se rieron menos el tal Lauren.

—Cariño hay quien no gana ni por esas —dijo Cynthia inclinándose para darme un sonoro beso en la boca —¿verdad, Carlitos?

Cynthia aborrecía a Carlos. Se conocían desde hace bastante tiempo, desde antes del Hartley, aunque ella nunca hablaba de eso. El la deseaba; todos los chicos la deseaban.

La partida seguía en marcha, los muchachos iban cayendo y Carlos y yo nos quedamos mano a mano. Yo miraba el reloj con ganas de largarme de allí pero tampoco quería dejar que Carlos ganase tan fácilmente.

—Una vez más cara a cara ¡Tolete! Y bastante igualados ¿jugamos como hombres? —Carlos me desafió abiertamente.

—Será otro día Carlitos. Hoy tengo algo más importante que perder el tiempo contigo.

Cynthia me miró un tanto extrañada. Sabía que yo era un animal competitivo y le sorprendió mi respuesta.

—Vamos, vamos. Paramos las ciegas y jugamos en efectivo. Como los hombres —metió la mano en el bolsillo y sacó dos billetes de quinientos euros.

El alcohol se agolpaba en mis sienes. Mire a Cynthia y ella asintió tímidamente.

—Mira payaso. Me tienes hasta los huevos con tus bravuconadas. Si quieres jugamos pero no por calderilla. Sin límite con cinco mil euros cada uno.

Carlos llamó al sonrisas. Se levantó y estuvieron hablando un rato aparte. Cynthia se sentó junto a nosotros.

—Está bien, Tolete. Cinco mil por barba. Son las ocho y media. La partida se acabará a las doce. ¿Hace?

—El chochito repartirá las cartas —Carlos sacó la lengua obscenamente a Cynthia.

Cynthia ignoró a Carlos. Me dio un beso con lengua. El chico que repartía se levantó cediendo su sitio a Cynthia. Pedí al sonrisas un botellín de agua y comenzó la partida. El bar quedó cerrado por “descanso semanal”. El sonrisas cerraba por descanso semanal siete veces a la semana.

Tras dos horas Carlos perdía ya diez mil euros y parecía cada vez más borracho y maleducado.

—Tienes la suerte de los tontos. Pero no importa. Voy a darte por el culo —miró a Cynthia —y a ti si quieres también.

—Ya vale Carlitos.

—Déjale Juan, es un gilipollas —Cynthia escupió al suelo en un gesto que no le había visto nunca.

—¿Gilipollas? Me la pones morcillona cuando pones esos morritos.

—He dicho que ya vale —me levanté asqueado.

Dani apartó a los chicos que se agolpaban alrededor de la mesa y puso un poco de calma.

—Tolete. Quiero doblar las apuestas. Dos horas más de partida. Y si gano quiero follarme a tu chica —Carlos pidió otro cubata.

—Esta borracho. Y no tienes ese dinero —dije mirándole fijamente a los ojos.

—¡Sonrisas! ¿tú me cubres? —el sonrisas ya no sonreía. Tras casi un minuto pensando finalmente asintió.

—¿Y tú qué dices chochito? —Carlos miró a los ojos a Cynthia.

—¡Nos vamos! —me levanté enfadado.

—Vale —las palabras de Cynthia provocaron la algarabía de los chicos.

Ella se levantó y me llevo a un rincón.

—Juan, cariño, está borracho y le estás machacando. Dobla las apuestas y bórralo del mapa. Es nuestra oportunidad de librarnos de este imbécil. Confío en ti.

Me miró de tal manera que no pude hacer otra cosa que sentarme.

—Hasta las dos —dije tajante, remangándome la camisa.

Doblamos las apuestas. Dani llevaba las cuentas. No era necesario el dinero. El sonrisas podía ser muy persuasivo con los que no pagaban.

La partida se fue equilibrando. Un par de malas manos me dejaron diez mil abajo. Hicimos un pequeño descanso cuando quedaba media hora para acabar.

—Estás jugando bien. Sólo has tenido mala suerte. Aún hay tiempo —Cynthia parecía nerviosa.

—Ese puto Carlos ha tenido suerte. Mírale como está.

Carlos estaba despeinado y con un aspecto lamentable. No había dejado de beber durante toda la partida.

—Concéntrate. No me gustaría tener que pagar “mi apuesta” con Carlos —los ojos de Cynthia casi suplicaban que ganase.

Me senté a la mesa. No me gustaba la presión. La odiaba.

—¿Puedo igualar tu pila? —Carlos tenía unos veinte mil euros en fichas.

—Claro —contestó encendiéndose un cigarrillo —así ganaré más dinero.

Cynthia me miró y asintió. Repartió las cartas. Dos ases me saludaron desde el fondo de la mesa.

Subí a seiscientos. Cuando Carlos resubió a dos mil supe que era era la mano. Aparenté dudar y vi su apuesta. Cynthia tiró las comunitarias: as, rey, dos.

Carlos metió cuatro mil de cara. Pensé durante un rato. En realidad mi cabeza estaba en todos los sitios menos en la mesa. Miré a Cynthia. Ella mantenía su vista fija en el tapete. Parecía una profesional. Estaba preciosa.

—Veo —mi voz sonó neutra.

Cynthia tiró la cuarta. Un rey completó mi full máximo. Carlos se frotó la cabeza pensativo, dio un largo trago de su cubata y pasó. Aposté seis mil.

—Espero que te gusten las pollas gordas —dijo Carlos mirando a Cynthia y metió su resto en el centro de la mesa.

Como movido por un resorte, vi su apuesta. Cynthia me miró preocupada y yo le sonreí.

—Full —tiré mis cartas boca arriba sobre la mesa.

Los chicos empezaron a murmurar. Carlos Se echó las manos a la cabeza.

—Increíble.

Una sonrisas iluminó el rostro de Cynthia. Miré el reloj. Las dos menos cinco.

—Venga, coño ¿Qué llevabas?

Eché la silla hacia atrás y me levanté triunfal.

—Llevo, llevo.

No entendí.

—¿Qué?

Carlos volteó sus cartas. Dos reyes para póquer de reyes.

                                              * * *

Meses después volví a ver a Cynthia. No la había vuelto a ver desde aquella noche. Ni siquiera una llamada. No me sentía con fuerzas.

Fue en una partida en un chalet. Carlos organizaba las timbas y Cynthia era la croupier en la mesa de apuestas altas.

Saludé. Ella ni me miró. Pedí una copa mientras esperaba un sitio libre.

—¡Coño, si tenemos aquí a Steve McQueen! Invita la casa —Carlos hizo un gesto al camarero que asintió levemente con la cabeza.

—Afortunadamente, no necesito de tu misericordia —dije sin ni siquiera darme la vuelta —¿Cómo está? —hice un gesto con la cabeza señalando a Cynthia.

Carlos permaneció en silencio un rato. Apuré mi whisky.

—Está bien.

Carlos se dispuso a volver a “su oficina”.

—Por cierto, los dos queremos darte las gracias.

Me volví y miré a Carlos extrañado.

—Sin tu dinero no habríamos podido montar esto.

Carlos se marchó. Cuando pasó por la mesa de Cynthia, le acarició el pelo y le besó suavemente en el cuello.

Cynthia me miró y sólo cuando vi sus ojos lo entendí todo.

 

COMENTARIOS

Todavía no se ha realizado ningún comentario en esta noticia.