Duelo de escritores

«Segismundo Sánchez, natural de Móstoles» por DITS BRUTS

Anónimo | 13/10/11
«Segismundo Sánchez, natural de Móstoles» por DITS BRUTS
Este es el relato ganador del Premio del Público de la VI edición del Duelo de Escritores de Poker-Red.

Segismundo Sánchez, natural de Móstoles, aprendió el arte de la azada a la edad de 4 años. Sus padres, agricultores también, ligeramente ágrafos, pensaron que cuanto antes se iniciara en el manejo de los aperos de labranza antes alcanzaría la cátedra de Harvard con la que tanto habían soñado para el chaval. La historia reciente nos enseña que ya han sido muchos los progenitores que han tenido éxito al conminar a sus retoños al desempeño de ciertas aptitudes desde la más temprana infancia: así los casos de Judith y Zsuzsa Polgar con los escaques; así el impúbere Mozart con las teclas; así la famosa y acaudalada tenista Martina Hingis con la raqueta; así un largo etcétera.

Su jornada de entrenamiento comenzaba bastante suave, cavando pequeños hoyos para plantar tomates durante dos horas. Tras el descanso y una bebida isotónica, seguía con la hoz segando la hierba que crecía salvaje, hasta la hora de comer. Por la tarde, dos sesiones ininterrumpidas de perfeccionamiento mecánico: la primera con el retrovator, la segunda –la más anhelada por el joven Segismundo- con el clásico americano, un John Deere del 74, tractor de enorme cilindrada con llantas de aluminio, frontal de metacrilato y una aerodinámica de 0,87. A la noche cena equilibrada de verduras e hidratos de carbono.

Por supuesto sus padres estimaron que el colegio era una pérdida de tiempo comparado con el alto ministerio para el que el destino había elegido a su hijo, de modo que se acogieron a la posibilidad legal que les permite impartirle ellos mismos los saberes mundanos. Y así fue pasando los años, sin apenas contacto con el mundo real. Nunca supo de la existencia de los televisores, pues no tenían en casa, y qué decir de las computadoras… La radio sólo se la dejaban las madrugadas de fin de semana, para escuchar su programa favorito: Jara y sedal.

Como no gastaba nada, todo lo ahorraba. Esto desató la curiosidad de un vecino de la granja, Jerónimo Usurpo, quien le aconsejó que metiera el dinero en el banco, que después era muy fácil sacarlo de los cajeros. Pero los padres del chiquillo lo disuadieron fácilmente, al recordarle que en EEUU había una comunidad religiosa que se dedicaba a exorcizar cajeros automáticos. Segismundo entendió que si aquella actitud provenía de la misma tierra que el John Deere, no podía estar equivocada, así que siguió juntando moneditas y billetes que encerraba en tarros de vidrio que después enterraba en lugares estratégicos de su hacienda, por donde nunca pasaba el tractor.

A pesar de aquella injerencia, Segismundo se llevaba muy bien con su vecino, ya que eran de la misma edad y todos los días se veían en el bancal para compartir inquietudes filosóficas rurales durante los descansos. A menudo discutían sobre el problema de los universales y tipos impositivos para el gasóleo C.

Se cuenta que cuando apenas había cumplido los 18, ya había acumulado una fortuna de casi setenta mil pesetas de las de entonces. Aunque la documentación histórica no puede corroborar dicha cifra con el debido rigor, tenemos el testimonio de su colega Jerónimo quien asegura que cada vez que le preguntaba cuánto tenía ahorrado, Segismundo le respondía:

-Muchas veces veinte duros.

Un día, mientras decidían la ubicación de los hitos para el nuevo deslinde provocado por la expropiación de la autovía, Jerónimo inquirió:

-¿Y qué vas a hacer con tanto dinero?

-Iré a la Universidad de Harvard, me graduaré como Ingeniero Agrónomo y después me especializaré: haré publicaciones científicas en revistas de reconocido prestigio, escribiré libros, diseñaré nuevos bártulos para el oficio, me doctoraré y opositaré a la cátedra. Con todo esto, mi opinión será respetada internacionalmente, y así podré convencer a la NASA de que lleve a cabo el proyecto que me han inculcado mis padres y con el que llevo soñando desde que era niño: plantar alcachofas telúricas en la Luna.

-Veo que tus intenciones son nobles, Segismundo, así que aquí me tienes para apoyarte en lo que haga falta. Pero debo avisarte que en Harvard no aceptan pesetas, y con el dinero que tienes ahorrado… me parece que no te llega ni para la matrícula de un año. Creo que ya sé cómo ayudarte: mañana por la noche vienen unos amigos a mi casa a pasar el rato mientras jugamos a las cartas, y si te meto en la partida podrás cambiar las pesetas por euros, que los euros valen cienes de veces más.

-Pero, ¿y si pierdo? –Preguntó Segismundo desconfiado.

-¿Cómo vas a perder si ya con cambiar el tipo de moneda multiplicas su valor? Además, a media noche irán ya todos borrachos y no sabrán lo que hacen.

-¿Y qué tipo de juego es?

-Verás, se llama póquer, es una modalidad americana muy antigua.

-¿Americana?¿Antigua?¿Cómo mi John Deere?

-¡Mucho más!

-¡Ah, bueno, haber empezado por ahí! Yo he mamado la cultura yankee desde que nací, nada que venga de allí me es ajeno ni puede ser difícil de aprender para mí.

-Además –seguía Jerónimo- dicen que para ganar al póquer basta con tener paciencia y ser buen observador. Ambas virtudes las vengo entreviendo en ti años ha.

De modo que llegó la noche del viernes y Segismundo se sentó a jugar a las cartas con Jerónimo y cuatro amigos más. Como era de esperar, en pocas horas lo habían desplumado. Segismundo no entendía lo que había sucedido, y se levantó de la mesa enfadado mirando a su amigo.

-¿Por qué no me avisaste de que podía perderlo todo?

-Verás, Segismundo, algunos de ellos ya lo han perdido todo varias veces, y han tenido que ir al cajero del pueblo a sacar más dinero. Tu problema es que te has sentado a jugar con poco dinero, y una pequeña racha de mala suerte basta para dejarte fuera. Ve a por más y verás qué pronto lo recuperas.

-¿Poco?¿Era todo lo que tenía? ¿Y por qué no me dijiste que su dinero estaba endemoniado?

Mientras los demás jugadores se miraban unos a otros con gestos híbridos de extrañeza y jocosidad, Segismundo se levantó iracundo de la mesa y se fue a casa a escuchar la radio y a dormir. A la mañana siguiente comenzó otra vez con la sesión de azada y hoyos, después la hoz, luego retrovator y tractor. Como venganza, aquel día pasó el tractor un centímetro más allá de los lindes con Jerónimo, que dada la extensión del terreno y la valoración catastral del momento, equivalía más o menos a las setenta mil pesetas que el vecino y sus amigos le habían birlado en la timba. Después sacó agua del pozo con el caldero de zinc para refrescarse, y llevado por el éxtasis del olor a tierra recién labrada, tuvo un momento de lucidez al ver claro que no todo lo que traen los americanos es bueno, y que tenía que empezar a ahorrar para pagar las tasas de la matrícula de mayores de 25 años.

Segismundo Sánchez, natural de Móstoles, murió casi feliz y en paz a la edad de 104 años mientras agarraba un limón de un limonero.

COMENTARIOS

Todavía no se ha realizado ningún comentario en esta noticia.